domingo, 28 de octubre de 2012

Conversaciones con mi fe- El dinero



CONVERSACIONES CON MI FE

Pónganse a salvo de este mundo corrompido” Hechos 2. 36-41

 
Hola. Hoy quisiera escribir de algunos temas religiosos y sus connotaciones políticas. Decía Gandhi, o al menos se le atribuye a él, que “el que piense que la religión no tiene nada que ver con política, no conoce el verdadero significado de la religión”. Esto porque la religión representa los anhelos más profundos y delicados del ser humano, no sólo el de trascendencia, sino su afán de justicia, de buenos gobiernos, de nobleza y reconocimiento, de explicación a la existencia y del lugar que se ocupa entre las criaturas, entre otras cosas. Visto así, las interrogantes son muchas y quizás resulten inabarcables por más libros que se escriban, pero mi afán no es dar respuestas, sino hacer preguntas.

El tema que quisiera tratar hoy es el dinero y la pobreza. ¿Se han preguntado ustedes alguna vez por qué Jesús exalta al pobre? No hablamos de mera defensa, ni tampoco compasión, sino dignificación en contraposición al rico: “Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de Dios” ¿Por qué? ¿Es la riqueza anticristiana? ¿Plantea la biblia el necesario fin de la economía como la practicamos? Y de ser así, ¿plantea otra opción económica viable? ¿Es objetable el patrimonio del Vaticano?...

Jesús siempre ha sido presentado como pobre. Algunos argumentan que no eran propias siquiera las vestimentas que utilizaba, lo cual se ha prestado para muchas interpretaciones poéticas de Jesucristo. Por ejemplo, decía Joaquín Pasos de los pobres: “Nuestras figuras son apenas figuras del que vino por el mismo camino. Por eso es divino el polvo de nuestros pies, y divino nuestro destino”. No obstante, existen dudas respecto al nivel de pobreza de Jesús, ya que la Biblia lo presenta como carpintero, lo cual, sin duda, debió ser una profesión sumamente distinguida en una Nazaret desértica. Por otra parte, su padre terreno, José, se decía proveniente de la familia de David, aunque en razón de las numerosas esposas disfrutadas por reyes antiguos y actuales, eso, de ser cierto, no necesariamente implicaría ventaja económica de ningún tipo. También existe la posibilidad de una mala traducción de los textos bíblicos y que Jesús no fuese carpintero, sino picapedrero, trabajo más acorde con su humildad. Este es un punto de discusión intrascendente, pero que resulta interesante psicológicamente a la hora de preguntarnos si Jesús fue auténticamente el primer comunista del mundo y de cómo eso afecta nuestra postura como cultura occidental tradicionalmente cristiana, pero capitalista.

Es difícil definir a Jesús. Era un rebelde, pero se rebelaba ante pocas estructuras. Reconocía la validez del dinero (“al césar lo que es del césar”), pero rechazaba el afán de lucro “cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío” (Lucas 14:33), viviendo su comunidad, no en la miseria, sino administrando una bolsa común (múltiples referencias a esto, ver e.g Juan 12:5). Aceptaba a los recolectores de impuestos y a las prostitutas, pero expulsó acremente a los mercaderes del templo. ¿Qué nos quiere decir Jesús con todo esto? ¿Acaso que la aspiración de la sociedad occidental equivocada y vacía al ser materialistas en lugar de espirituales, al ver al dinero como un fin, en lugar de un mero accidente? Posiblemente, pero ese no es todo el mensaje de Jesús, porque de serlo no hubiese dicho “vende todo lo que tienes, déjalo a los pobres y sígueme”. Hay algo más allá, algo consustancial a la riqueza que impide al corazón del que no es pobre acceder a la salvación. Esto es muy triste y susceptible a ataques como: 1) Venderlo todo y darlo a los pobres implica el reconocimiento del sistema mercantil, no ningún ataque o intento de destruir o modificar este sistema; 2) Dar todo a los pobres y unirme a ellos implicaría el agotamiento veloz de esa riqueza y la creación de un nuevo pobre, lo que no aliviaría en nada los males del mundo, en cambio, la riqueza bien administrada puede sostener una caridad constante por años; 3) El pobre no es modelo a seguir porque su corazón aspira a la riqueza para abandonar la penosa situación en que encuentra.

Todo esto es cierto, por lo que razonablemente podemos ver que la salvación no está intrínseca y exclusivamente ligada a la pobreza en el sentido de carecer de bienes. Como expresábamos, Jesús y sus seguidores no eran indigentes y en ningún momento de la biblia se evidencia que sufrían de necesidad. La dignificación del pobre en el Evangelio, así como la humillación del rico, tiene un significado mucho más profundo, en el cual el dinero está incluido, pero que lo desborda: Jesús nos pide acercarnos a los pobres para salir de la comodidad. Su predica es social, no para hacer del dinero un asunto relevante, sino para restarle importancia. Cuando Jesús nos dice: “esa viuda dio más, porque dio todo lo que tenía”, no la alaba por el dinero ofrecido, que era mucho desde un punto de vista relativo, sino porque fue mucho su desprendimiento y poca la importancia que le dio al dinero. Para la viuda, las monedas fueron un instrumento para hacer el bien, no un bien en si mismo para codiciar. Con su actuación, volvió a poner las cosas en el lugar que les corresponde.

Haciendo un poco de memoria, Adán y Eva no cometieron el pecado original al desobedecer a Dios simple y llanamente. Dios, de hecho, fue sumamente permisivo dándoles un paraíso y poniendo todo lo que se encontraba en él bajo su dominio. Sólo había un árbol del cual Dios no quería que los humanos comieran y no era ni siquiera el árbol de la eternidad (Génesis 2:17), sino el árbol de “la ciencia del bien y del mal”. ¿Qué peligro representaba este árbol? Que tan pronto el hombre comiera de él, se atribuiría el poder de decidir lo que era bueno y era malo. Ya no sería Dios, ni el orden natural por El instaurado lo que mediría y “justificaría” el accionar del hombre, sino la propia opinión humana. Al comer del árbol, el hombre se constituyó en la medida de todas las cosas y eso estuvo mal, por eso fue expulsado. Lo peor, es que ni siquiera se mantuvo así; ya para tiempos de Jesús, una fascinación primitiva había invadido al ser humano y para algunos, las cosas estaban incluso por encima del hombre.

Ante este panorama tan sombrío es que Jesús reacciona. El pecado del joven rico “que había cumplido todos los mandamientos”, no era ser rico, sino que cuando le preguntó a Jesús como salvarse, fue incapaz de poner a Dios por encima de sus bienes. Se evidencia que su deseo de salvación no era sincero si el Hijo de Dios Hecho Hombre le ponía como único requisito para seguirlo y llegar al Padre el renunciar a su oro, y al joven rico esto no le satisfizo.

Dice Tomás de Kempis en “La Imitación de Cristo”: “Que diferente sería la vida si adquiriésemos conciencia de la eternidad”. Aprenderíamos a desechar todas las pequeñas prisiones que nos impiden ver las cosas en su justa dimensión y en el lugar al que pertenecen.  Ciertamente, para el pobre, el que no cifra su esperanza en hombres o bienes, es más fácil seguir a Dios y renunciar a la falsa seguridad de este mundo, pero no puede afirmarse que esto sea una virtud, sino más bien, una necesidad, ante un mundo hostil que no ofrece ninguna seguridad.

No sé si lo correcto es el capitalismo, el socialismo o el anarquismo, si la salvación del pueblo será la educación o el libre comercio. El evangelio plantea tantas preguntas respecto a nuestro mundo actual que efectivamente constituye una obra al margen del tiempo. Esas preguntas corresponderán a mayores mentes que la mía tratarlas, pero mientras tanto, no debemos de dejar de preguntarnos y entre esas preguntas, debemos buscar si en nuestra pirámide de valores los asuntos accesorios de la vida permanecen siendo accesorios y si podemos considerarnos “pobres de espíritu”, es decir, si estamos libres de estorbos, prejuicios, vicios y rencores.

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