miércoles, 14 de septiembre de 2011

El sujeto de la ética: la persona


  El sujeto de la ética: La persona

1-      Acercamiento filosófico a la persona humana
2-      Características de la persona humana
3-      Persona, sociedad y derechos humanos

Para comenzar, definamos persona según la RAE:

Persona: Individuo de la especie humana.

Humano: Perteneciente o relativo al hombre.

Hombre: Ser animado racional, varón o mujer.

La definición, aunque circular en cierto grado, termina por ofrecernos algunas piezas de información. Son personas todos los seres animados racionales, independientemente de su sexo, es decir, hasta ahora, todos los humanos. Eso nos lleva a la definición más famosa y antigua de humana, la aristotélica, que lacónicamente definía a su objeto como “animal (genero próximo) racional (diferencia específica)”.

Acercamiento filosófico a la persona humana

Ahora bien, entendemos que todos los seres humanos son personas, pero más allá de la definición meramente lógica proporcionada por el diccionario, persona es un término más bien filosófico y hasta metafísico, por lo que aparte del hombre, la palabra persona tiene importantes aplicaciones. Por ejemplo, algunos teólogos proponen que el término “persona” acopló en la sociedad por tratarse de un concepto clave para la teología cristiana que buscaba entender “el dogma de un solo Dios, consistente en tres personas y  el dogma de una persona divina subsistente en dos naturalezas (Cristo con una naturaleza divina y otra naturaleza humana). Los teólogos, para aclarar tales cuestiones trinitarias y cristológicas, asumieron el vocablo griego prosopon” que era la máscara que utilizaban los actores antiguos en las representaciones teatrales y el equivalente latino persona que significa “sonar en todas direcciones.”[1]

Derivando de estas concepciones, los escolásticos, bajo la égida del doctor Angélico, definieron persona como “naturae rationalis individua substancia, la persona es una sustancia individual de naturaleza racional. Sustancia en el sentido aristotélico significa un ser-en-sí, es decir, que no está inherente a otro.”[2]

Por su parte, “Ramón Lucas expresa que la persona humana es un sujeto individual racional y disecciona estos términos conceptualizándolos así: Sujeto. Alguien que pertenece a sí mismo, que existe en sí y por sí y no en relación o con dependencia de otro. Individuo. Que posee una unidad interna en sí misma y es diferente de otros, cada persona es única e irrepetible. Racional. No es un acto que la persona hace, sino un modo de ser. Indica todas las capacidades superiores del hombre (inteligencia, amor, sentimientos moralidad, religiosidad). Al llegar aquí, se puede afirmar entonces que ser persona pertenece al orden ontológico, por tanto, el estatuto personal no se adquiere o disminuye gradualmente. No se es más o menos persona… o se es persona o no se es.”[3]

Para la antropología “las personas, en cuanto realidades vivas, son realidades inabarcables e incomprensibles. El conocimiento de las mismas no termina nunca, sino que es un proceso que avanza en la medida en que nos mantenemos en relación con ellas”[4]. A diferencia de otras ciencias que atomizan al hombre, la antropología lo ve como un todo integral con el mayor valor entre todas las criaturas. En tal línea, la antropología cristiana coloca al ser humano en el centro de la creación y le otorga cualidades distintivas, pues es el único ser compuesto de cuerpo, mente y espíritu. “Max Scheler, denomina persona al centro activo en que el espíritu se manifiesta dentro de las esferas del ser finito [y] Emmanuel Mounier [dice]: Una persona es un ser espiritual constituido como tal por una forma de subsistencia y de independencia en su ser.” [5]

A través de visiones tan positivas acerca de la persona humana, podemos pasar a decir que se trata de un ser capaz de obrar, absolutamente moral en cuanto sus acciones y absolutamente digno en cuanto a lo que merece por el sólo hecho de ser. Esto puede resumirse en tres de las famosas cuatro preguntas de Kant, que exponían a la persona humana como una criatura que podía saber, debía hacer y le cabía esperar.[6]

Sin embargo, así como hay pensadores que parecen admirar al hombre, existen algunos que proponen que su característica de dignidad no es absoluta. Por ejemplo “Hugo Tristam Engelhardt denomina persona sólo a quien goza de autoconciencia y, gracias a ella, desempeña un papel en el conjunto de la sociedad. El que carece de autoconciencia y de función social, como los no nacidos, los neonatos, los dementes, los comatosos, han de ser considerados como simples cosas.”[7]

Otros, aunque no tan drásticos, afirman que la característica de humano se adquiere y se pierde durante el discurrir de la vida y apoderados de una estricta moralidad aseguran que “para que a alguien se le trate como persona hace falta que se comporte como gente…nadie se merece su libertad social si no hace bien de su libertad personal… siempre que alguien elige el camino del mal…se está deshumanizando…”[8]

Como conclusión no somos capaces de contestar dentro de un sentido sistemáticamente antropológico “¿qué es el hombre?” o “¿qué es la persona?”, sin embargo, somos capaces de caracterizar al ser humano a través de sus facultades. Para nosotros el ser humano es infinitamente digno pues existe siempre en el la capacidad de exceder los instintos y elevarse a la altura de su rol como fin en si mismo, no como medio para un fin. Posee por igual infinito potencial para la sabiduría porque posee conciencia del pasado e inquietud por el futuro y de esa manera la humanidad entera crea una cultura que va dando, a paso lento, pero seguro, respuestas a todas las inquietudes de las que puedan perturbar el espíritu. Por último, el ser humano es imagen viva del amor por ser la única criatura capaz de entrar en comunidad espiritual a través de la intimidad, de su inteligencia emocional y de su capacidad de entrega. La nobleza y el altruismo no se aprecian en los animales.[9]

Características de la persona humana:

La libertad: “El hombre no es hombre sino a partir del momento y en la medida que se siente libre”[10]. Su misma racionalidad y capacidad de elegir hacen al hombre libre en su fuero interno, aunque este siempre preso de las necesidades fisiológicas del mundo. La libertad implica estrictamente el poder de elegir entre el bien y el mal.

La voluntad: La capacidad de desear y aborrecer cosas, querer o no querer.[11] La libertad nos da poder de escoger, la voluntad nos da un deseo para escoger. El que elige el mal por convicción lo hace voluntariamente, el que elige el mal porque fue engañado lo hace involuntariamente.

La cultura: Ningún ser humano es el primer ser humano  ni el único ser humano. Todos hemos recibido una cultura, que es el conjunto de todas las posibles respuestas que personas similares a nosotros han propuesto ante las interrogantes prácticas de la vida. Los seres humanos somos libres, pero poseemos estructuras mentales que no hemos inventado y esas estructuras nos hacen, nos construyen, tanto como nuestras acciones y decisiones.[12]

Responsable, imputable[13]: Como el ser humano posee conciencia plena (voluntad) y se encuentra en uso total de su libertad (en principio), por consecuencia debe responder por sus actos en la medida que los mismos crean derechos para los demás o les causan daño.

Digno: La dignidad, como dimensión intrínseca del ser humano, posee un carácter ontológico.[14] Es un hijo de Dios, es el único ser racional y es el único ser con movilidad existencial, por consiguiente es el ser más digno (el que más consideración merece).

Gregario: El ser humano, como millones más de especies, está hecho para vivir en sociedad, pero a diferencia de otras criaturas, necesita a la sociedad para reafirmarse a si mismo como individuo frente a la colectividad.

La moralidad: “El hombre es moral porque no se limita como el animal a dar la respuesta predeterminada por el estimulo y su disposición biológica sino que es responsable de cada uno de sus actos…porque los proyecta y realiza libremente”[15] Todos los actos humanos son estudiados por la moral en función de su bondad o malicia basándose en un parámetro de costumbres, por vivir en sociedad somos entonces morales o inmorales.

Persona, sociedad y derechos humanos:

Desde el principio, el hombre descubrió que asociarse era más beneficioso que la soledad y siguiendo la línea de Hobbes, formó agrupaciones para poder cubrir las necesidades básicas que era incapaz de cubrir por si mismo: las fisiológicas y de seguridad. La sociedad creció y el ser humano descubrió que tenía otras necesidades, necesidades de afiliación y de reconocimiento. De esa manera creció el engranaje que mantenía unidos a una multitud de personas. Los individuos sacrificaron su total individualidad y se convirtieron en sociedad.

Esta transformación, la cual se viene repitiendo desde los primeros clanes hasta la actualidad, trajo numerosos beneficios. Por ejemplo, “las situaciones humanas, aunque irrepetibles y únicas, presentan entre si semejanzas. Otros hombres antes… se vieron en situación parecida… [es posible] echar mano de sus respuestas…la cultura consiste en el repertorio total de respuestas a la vida.”[16]

Viviendo en sociedad el hombre logró un grado de eficiencia tal que podía proporcionar a gran parte de los individuos las necesidades que todos querían cubrir. Desde tiempos del imperio romano ya teníamos la capacidad de llevar agua, alimento, cobijo, seguridad, espacio para conocerse y enamorarse, méritos y fama, a gran parte de los integrantes de la sociedad. Sin embargo, antes de acabar su misión de acomodar a todos los individuos, la sociedad mutó y adquirió personalidad propia (cuando antes únicamente los humanos tenían personalidad). En sentido inocuo esto creó la idea de patria y los hermosos valores que el patriotismo implica, a la vez que se satisfacía de forma más enfática la necesidad humana de afiliación. En su sentido perverso, esa conciencia colectiva desembocó en un estatismo donde el Estado lo era todo, el feudo lo era todo, el partido lo era todo. En una espiral decadente que viene repitiéndose desde el primer esclavo hasta el último acto de ciega obediencia partidaria, el ser humano se convierte constantemente en medio, en instrumento, en lugar de ser fin en si mismo.

Por eso surgen los derechos humanos, como una afirmación del individuo en un mundo colectivo. Los derechos humanos son reconquistas sociales de los bienes metafísicos del individuo que la sociedad había pretendido relativizar. “La libertad es una facultad que tiene todo ser humano por su propia existencia…no es un derecho que le regala la Constitución de su país”[17]

En un primer momento, los derechos humanos constituyeron límites al ejercicio absoluto del poder y fueron un no rotundo a las autoridades: no me puedes quitar la vida, no me puedes encarcelar sin razón…, pero luego evolucionaron hasta ser un mandato potente al Estado de cumplir con el rol mismo para el cual fue creado, asegurar el bienestar de sus integrantes. En ese sentido, se convirtieron en un deber: debes educarme, debes sanarme…En la actualidad son un rescate de la idea de dignidad humana. “La humanidad misma es una dignidad, porque el hombre no puede ser tratado por ningún hombre (ni por otro, ni por sí mismo) como un simple medio o instrumento, sino siempre a la vez, como un fin, y en ello estriba precisamente su dignidad… La persona tiene valor y dignidad absolutos y por tanto, es fin en sí misma; esto hace que posea una inviolabilidad y derechos y deberes fundamentales” [18]








[1] JIMENEZ GARROTE, José Luis. “Fundamentos de la dignidad de la persona humana”. Publicado en la revista Bioética [en línea] Enero-Abril 2006, p. 2. Disponible en: http://www.cbioetica.org/revista/61/611821.pdf. [Accedido el 13 de septiembre del 2011]
[2] Ibídem
[3] Ibídem.
[4] Ibídem, p. 1
[5] Ibídem. 
[6] BUBER, Martin. ¿Que es el hombre? Sexta edición en español. Traducción de E. Imaz. Editorial Fondo de Cultura Económica. 70 p. México, 1967. p. 6 [en línea] Disponible en: http://isaiasgarde.myfil.es/get_file/buber-mart-n-que-es-el-hombre.pdf. [Accedido el 9 de Septiembre del 2011] 
[7] JIMENEZ GARROTE, op cit. P. 2
[8] FELIZ ALCANTARA (Juan), Manual de ética profesional, segunda edición, Departamento Editorial de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, Santiago de los Caballeros, República Dominicana, 197 p. P. 94
[9] ALONSO PALACIO, Luz Marina; ESCORCIO DE VAZQUEZ, Isabel. “El ser humano como una totalidad”. Publicado en la revista Salud Uninorte [en línea] Agosto 2003, p. 3. Disponible en: http://ciruelo.uninorte.edu.co/pdf/salud_uninorte/17/1_El_ser_humano.pdf [Accedido el 14 de septiembre del 2011]
[10] FELIZ ALCANTARA, op cit. P. 92
[11] Ibídem, p. 95
[12] Ibídem, p. 104
[13] Ibídem, p. 105
[14] JIMENEZ GARROTE, op cit. P. 3
[15] FELIZ ALCANTARA, op cit. 101
[16] Ibídem, p. 103
[17] Ibídem, p. 93
[18] JIMENEZ GARROTE, op cit. P. 3