domingo, 20 de septiembre de 2015

Who will do it? Una reflexión acerca de qué pasaría mañana, si esta noche triunfa la Revolución.



Who will do it?

Una reflexión acerca de qué pasaría mañana, si esta noche triunfa la Revolución.




Viendo uno de los videítos de aquel filosofo vapuleado por todos mis amigos, pero a quien considero no obstante, un agudo desentrañador de las ironías de nuestros afanes tanto cotidianos como trascendentes, Zizek, me llamó poderosamente la atención algo que dijo acerca de “Podemos”.  “Si esta noche triunfa la Revolución, ¿qué pasaría mañana?”

Meses luego, en una conversación con mi amigo Juan Bierd Ventura, el tema surgió nuevamente para convertirse en un debate breve acerca de cómo debería ser la persona que hiciera posible esa vida gloriosa post revolucionaria, o en términos más propios de la ideología, ¿cuál sería el tipo de hombre necesario para “hacer la revolución”? Entendiendo ambos que la huida del opresor local era solo el comienzo y quedaba la tarea de construir una sociedad a la altura del ideal revolucionario.

Preparándome para un concurso de poesías, esta idea me llevo a escribir un pequeño largo poema medio pedromiresco llamado “Se busca” que podrán encontrar al final de este artículo. Lo consideré una obra de lo más satisfactoria, pero el único amigo a quien se lo leí lo único que me dijo fue que le pareció muy largo. Como yo también conozco en carne propia la impaciencia de la neurosis actual, lo tomé como justa crítica y convencido de que el poema nunca echaría raíces, lo descarté a los rincones del olvido, allí donde acabaron sus días muchos buenos poemas que había grabado en el grabador de voz de mi celular y que perdí para siempre antes de ayer, cuando se le dañó el sistema operativo. Fue realmente como perder viejos juguetes que creías guardados en un baúl de tu habitación infantil.

Bueno, finalmente el viernes 18 de septiembre de 2015, me decidí escribir este articulito. Resulta que después del trabajo busqué mi coche en el taller y me dirigí al cine a ver una película dominicana “Algún lugar”, un filme entretenido y nostálgico acerca de 3 jóvenes colegiales de Santiago que recorren el país para que uno de ellos pueda despedirse de su novia que se marcha a vivir en Nueva York y presentemente está visitando a su abuela en Pedernales. No es una película llena de mensajes, sino una hermosa producción con buena cinematografía y sabor a simbolismo. Cuando llegué a casa como a las 9PM vi que en el escritorio estaba “La rebelión de las masas” de Ortega y Gasset, libro en el cual había dejado muchas páginas marcadas para escribir otro artículo, pero este fin de semana septembrino me pareció apropiado para consagrarlo a la intelectualidad con miras locales y escribir Who will do it? con sazón de Ortega y Gasset. Después de haberme preparado una salchicha con miel al microondas, acompañada de alubias en conserva y platanitos fritos finitos, escribo las primeras líneas.

Les adelanto que no tuve que transcribir ningún fragmento de la Rebelión de las Masas porque encontré el libro completo en esta página web:

¿De qué rayos estamos hablando?

Es por todos conocido que desde siempre y hasta ahora, el ser humano ha vivido apesumbrado por la situación de indignidad en la cual lo colocan aquellos que tienen el mando en la sociedad.

Ya lo dijo Jean Jacques Rousseau “el hombre nació libre, pero en todas partes está encadenado”. El general liberiano Joshua Milton Blahyi, mejor conocido como “Buck Naked”, atribuye su conversión al cristianismo a que después de la guerra Jesús se le apareciera y le dijera “¿si eres un rey, porque vives como esclavo?”. Resulta que aun siendo caudillo inmisericorde en la guerra nacional de Liberia, Buck Naked se sentía esclavo como muchos de nosotros, esclavo del pecado y también de los deseos de políticos tan sanguinarios que la mente dominicana no es capaz de concebirlos.

Empero, no es provechoso digregar demasiado. ¿Quiénes son los que ostenta el mando y colocan en indignidad a sus congéneres? Ortega era muy claro al decir

Pág. 89: El mando es el ejercicio normal de la autoridad. El cual se funda siempre en la opinión pública -siempre, hoy como hace diez años, entre los ingleses como entre los botocudos-. Jamás ha mandado nadie en la tierra nutriendo su mando esencialmente de otra cosa que de la opinión pública.

Si bien hoy más que nunca el dinero es una fuente de poder imprescindible para ejercer el mando, el dinero también es un accesorio fácilmente alcanzable una vez el mando es ejercido. Sino pregúntenles a los regidores más humildes del municipio más pobre cómo lograron cambiar su suerte en la medida que cierto liderazgo social se convirtió en mando institucional.

En República Dominicana identificamos el mando como ejercido por la clase política, independientemente de banderías, siendo todos miembros de la misma asociación de malhechores. El liderazgo sobre otros hombres, aunque sea nacido por el interés de esos servidores de servirse de quien siguen, los coloca a la vez en el mando de instituciones. Créanlo o no mis amigos anarcosindicalistas, las mentes humanas, especialmente aquellas adoctrinadas en estructuras de jerarquía, sea un adoctrinamiento sofisticado o no, reconocen las instituciones y las obedecen, atribuyéndoles una fuerza que éstas no tienen. 

Junto a quienes ostentan el mando institucional, identificamos cada vez con mayor dificultad a los propietarios del capital, aquellos que gozan de las belles fortunes, las cuales están ocultas a los ojos dominicanos más que por corrupto envelamiento, por una especie de marcado anonimato mediático.

Dirán los teoricoconspiracionistas que existe una especie de contubernio entre el capital y el mando político. El capital le ha dicho a los políticos, que en su gran mayoría provienen de la baja pequeña burguesía pobre, “tu mandas y yo mando, solo que ni me menciones y yo, ni te molesto”. Recordemos lo que decía Leonel cuando ganó la reelección en el 2012, ante la pregunta de que si ahora que se reelegía iba a poder hacer el gobierno que prometió: “solo si los poderes que gobiernan y están por encima del presidente me lo permiten”.

Para mí eso fue pura patraña, pues los poderes que gobiernan son todos y uno solo. Sus intereses son similares, aunque nunca se hayan puesto de acuerdo. Ahora bien, parece que en República Dominicana sí se pusieron de acuerdo, porque a diferencia de lo ocurrido en otros países de la región donde la clase política ha antagonizado abiertamente con la clase empresarial, en nuestro pacifico terruño no ha hecho falta señalar ningún enemigo. Han bastado las promesas de bienestar futuro aparejadas a dádivas presentes para movilizar a la población votante, sin tener que darle explicaciones respecto a su indignidad actual.

Ahora bien, la adscripción de cualidades negativas a una persona por la posición que tiene en la cadena de producción o el trabajo que desempeña dentro de la jerarquía estatal, no es correcto. Eso sería recaer sobre la errónea discriminación por castas. Incluso, no podría decirse con absoluta seguridad que los “hijitos de papi y mami” sean culpables de su particular bonhomie, pues han hecho falta papis y mamis para hacerlos quienes son. La verdadera pregunta no es quienes son nuestros enemigos, para hacer Patria sin ellos, sino ¿cómo podemos hacer Patria con todos?

La verdad pienso que esto es imposible. En lo que sí estoy claro es que los enemigos de la dignidad no son ni los ricos, ni los políticos, ni los yanquis, ni los sindicalistas, ni los médicos que hacen huelga, ni los Vincho, ni nadie en particular. Los enemigos de la dignidad son los enemigos de la dignidad, independientemente que posición ocupen. Por sus frutos los conoceréis.

¿Qué es la indignidad?

Descendiendo un poco respecto al tema que nos convoca, ¿qué es ser el humano objeto, el hombre cosa, la persona impersonal? Pueden ver este articulito que escribí al respecto: (http://gentedeotrosiglo.blogspot.com/2014/05/despertando-en-el-medio-de-la-noche.html). Respecto a la dignidad, digamos lo siguiente: El ser humano es un sujeto sujetado, preso de múltiples maestros voluntarios e involuntarios: La muerte, el hambre, el deseo, los celos, etc. La dignidad social radica en que en la medida que entras en servidumbre, que la misma sea lo más voluntaria posible y que dicha servidumbre te beneficie a ti, aunque sea en medida similar a como beneficia a otros. Dice Ortega y Gasset.

Pág. 161: Servir es llenar nuestra vida de actos que tienen valor sólo porque otro ser los aprueba o aprovecha. Tienen sentido mirados desde la vida de este otro ser, no desde la vida nuestra. Y esta es, en principio, la servidumbre: vivir desde otro, no desde sí mismo

Me gusta mi ejemplo personal. Soy empleado de una gran empresa, entré en servidumbre. Allí me desvelo como un forajido que juega su vida robando ganado para beneficiar a mis empleadores, pero lo hago porque quiero. Primero, si mañana me botan, me vuelvo tranquilamente donde mis padres en Santiago y empiezo a trabajar con mi madre que de hecho, es abogada. Eso es dignidad. Alguien que trabaje tanto como yo, pero que si pierde su trabajo, no es que “le vaya mal”, es que se moriría de hambre, eso es indignidad.

Siguiendo. Mi trabajo es muy duro y la remuneración no es tan alta como otros puestos similares en el mercado. Sin embargo, tiene el beneficio adicional de que es muy interesante y me permite formarme a mí mismo en la carrera que elegí, por lo que gran parte de su emolumento tiene forma inmaterial. El trabajo interesante es una satisfacción en sí mismo y a la vez, en otras circunstancias, puede convertirse en fuente de emolumento monetario superior. Eso es dignidad. Una persona cuyo trabajo sea permanecer despierto 12 horas corridas cuidando un local, no recibe ninguna retribución aparte del salario y si este es bajo y no le permite justificar el trabajo en su vida, eso es indignidad.

No estoy diciendo que hoy mismo tenemos que aumentar los salarios de los guachimanes, ahí nos quedamos en el accidente y pretendo hablar de la sustancia. Digo que vivimos en indignidad en la medida que el guachimán se hace cada vez más necesario. La seguridad privada es para quienes tienen enemigos. En una sociedad como la nuestra, de profunda indignidad, parece que todos los indignados nos convertimos lentamente en enemigos.

¿Y cómo se acaba la indignidad?

Saltemos unos cuantos pasos, pues tal es el objeto de nuestro artículo. Si mañana todos quienes ocupan el mando se marchan del país, a Miami, Suiza o Bélgica o Paris; esos destinos de haut culture donde viven todos los dictadores; si eso ocurre, en mi opinión, viene samba landó otra vez:

Mi padre siendo tan pobre, dejó una herencia fastuosa: “para dejar de ser cosas -dijo con ánimo entero- ponga atención, mi compadre, que vienen nuevos negreros"

Samba landó, samba landó Qué tienes tú que no tenga yo

Pienso que dentro de los que nos quedemos en la patria abandonada por miles y miles de funcionarios y terratenientes, mañana mismo se erguirán nuevos negreros.


¿Por qué sucede esto? Precisamente porque si bien Republica Dominicana es una unidad geográfica, no es una unidad nacional, no es un país. Me comentaba un profesor: “”ya entendí porque dicen que fulanita se fue para los países. Es que esto no es un país”.

En nuestro pedazo de tierra entre aguas, los ricos y los pobres habitan espacios completamente diferentes. En Bélgica, Noruega y hasta el mismo Estados Unidos, el más desigual de los países desarrollados, al menos ricos y pobres caminan por las mismas calles, montan el tranvía, comen la misma porquería. En RD, los ricos, los medio-ricos, los clase media…, ninguno ni siquiera camina. Atrapados en sus islas de seguridad, el país les parece cada vez más hostil, y tienen razón.

Ortega tiene unas reflexiones interesantísimas acerca de lo que es una nación, las cuales me tomo la osadía de transcribir. Las mismas no se refieren precisamente a las diferencias entre ricos y pobres, sino más bien entre distintas etnias y lenguas. El paralelismo es apropiado, pues es bien sabido que generalmente los ricos y los pobres tienen distintos colores de piel y hablando español, pareciera que hablaran distintos idiomas:

Pág. 113: Como siempre acontece, también en este caso una pulcra sumisión a los hechos nos da la clave. ¿Qué es lo que salta a los ojos cuando repasamos la evolución de cualquiera «nación moderna»? -Francia, España, Alemania-. Sencillamente esto: lo que en una cierta fecha parecía constituir la nacionalidad aparece negado en una fecha posterior. Primero, la nación parece la tribu, y la no nación, la tribu de al lado. Luego la nación se compone de dos tribus, más tarde es una comarca, y poco después es ya todo un condado o ducado o «reino». La nación es León, pero no Castilla; luego es León y Castilla, pero no Aragón. Es evidente la presencia de dos principios: uno, variable y siempre superado -tribu, comarca, ducado, «reino», con su idioma o dialecto-; otro, permanente, que salta libérrimo sobre todos esos límites y postula como unidad lo que aquél consideraba precisamente como radical contraposición.

Pág. 113: Para explicarnos cómo se han formado Francia y España, suponen que Francia y España preexistían como unidades en el fondo de las almas francesas y españolas. ¡Como si existiesen franceses y españoles originariamente antes de que Francia y España existiesen! ¡Como si el francés y el español no fuesen, simplemente, cosas que hubo que forjar en dos mil años de faena!

Pág. 114: No ha sido la previa comunidad de sangre, porque cada uno de esos cuerpos colectivos está regado por torrentes cruentos muy heterogéneos. No ha sido tampoco la unidad lingüística, porque los pueblos hoy reunidos en un Estado hablaban, o hablan todavía, idiomas distintos. La relativa homogeneidad de raza y lengua de que hoy gozan -suponiendo que ello sea un gozo- es resultado de la previa unificación política. Por lo tanto, ni la sangre ni el idioma hacen al Estado nacional; antes bien, es el Estado nacional quien nivela las diferencias originarias del glóbulo rojo y su articulado. Y siempre ha acontecido así. Pocas veces, por no decir nunca, habrá el Estado coincidido con una identidad previa de sangre o idioma. Ni España es hoy un Estado nacional porque se hable en toda ella el español ", ni fueron Estados nacionales Aragón y Cataluña porque en un cierto día, arbitrariamente escogido, coincidiesen los límites territoriales de su soberanía con los del habla aragonesa o catalana. Más cerca de la verdad estaríamos si, respetando la casuística que toda realidad ofrece, nos acostásemos a esta presunción: toda unidad lingüística que abarca un territorio de alguna extensión es, casi seguramente, precipitado de alguna unificación política precedente. El Estado ha sido siempre el gran truchimán. Hace mucho tiempo que esto consta, y resulta muy extraña la obstinación con que, sin embargo, se persiste en dar a la nacionalidad como fundamentos la sangre y el idioma. En lo cual yo veo tanta ingratitud como incongruencia. Porque el francés debe su Francia actual, y el español su actual España, a un principio X, cuyo impulso consistió precisamente en superar la estrecha comunidad de sangre y de idioma. De suerte que Francia y España consistirían hoy en lo contrario de lo que las hizo posibles.

Pág. 116: El Estado es siempre, cualquiera que sea su forma -primitiva, antigua, medieval o moderna-, la invitación que un grupo de hombres hace a otros grupos humanos para ejecutar juntos una empresa. Esta empresa, cualesquiera sean sus trámites intermediarios, consiste a la postre en organizar un cierto tipo de vida común. Estado y proyecto de vida, programa de quehacer o conducta humanos, son términos inseparables. Las diferentes clases de Estado nacen de las maneras según las cuales el grupo empresario establezca la colaboración con los otros.


Pág. 117: Pero los pueblos nuevos traen una interpretación del Estado menos material. Si es él un proyecto de empresa común, su realidad es puramente dinámica; un hacer, la comunidad en la actuación. Según esto, forma parte activa del Estado, es sujeto político, todo el que preste adhesión a la empresa -raza, sangre, adscripción geográfica, clase Social, quedan en segundo término-. No es la comunidad anterior, pretérita, tradicional o inmemorial -en suma, fatal e irreformable-, la que proporciona título para la convivencia política, sino la comunidad futura en el efectivo hacer. No lo que fuimos ayer, sino lo que vamos a hacer mañana juntos, nos reúne en Estado. De aquí la facilidad con que la unidad política brinca en Occidente sobre todos los límites que aprisionaron al Estado antiguo. Y es que el europeo, relativamente al homo antiquus, se comporta como un hombre abierto al futuro, que vive conscientemente instalado en él y desde él decide su conducta presente

Pág. 117: Es curioso notar que al definir la nación fundándola en una comunidad de pretérito se acaba siempre por aceptar como la mejor la fórmula de Renán, simplemente porque en ella se añade a la sangre, el idioma y las tradiciones comunes un atributo nuevo, y se dice que es un «plebiscito cotidiano». Pero ¿se entiende bien lo que esta expresión significa? ¿No podemos darle ahora un contenido de signo opuesto al que Renán le insuflaba, y que es, sin embargo, mucho más verdadero? 8 «Tener glorias comunes en el pasado, una voluntad común en el presente; haber hecho juntos grandes cosas, querer hacer otras más: he aquí las condiciones esenciales para ser un pueblo... En el pasado, una herencia de glorias y remordimientos; en el porvenir, un mismo programa que realizar... La existencia de una nación es un plebiscito cotidiano.

Pág. 119: ¿No se advierte aquí el vicio gremial del filólogo, del archivero, su óptica profesional que le impide ver la realidad cuando no es pretérita? El filólogo es quien necesita para ser filólogo que ante todo exista un pasado; pero la nación, antes de poseer un pasado común, tuvo que crear esta comunidad, y antes de crearla tuvo que soñarla, que quererla, que proyectarla. Y basta que tenga el proyecto de sí misma para que la nación exista, aunque no se logre, aunque fracase la ejecución, como ha pasado tantas veces. Hablaríamos en tal caso de una nación malograda (por ejemplo, Borgoña). Con los pueblos de Centro y Sudamérica tiene España un pasado común, raza común, lenguaje común, y, sin embargo, no forma con ellos una nación. ¿Por qué? Falta sólo una cosa que, por lo visto, es la esencial: el futuro común. España no supo inventar un programa de porvenir colectivo que atrajese a esos grupos zoológicamente afines. El plebiscito futurista fue adverso a España, y nada valieron entonces los archivos, las memorias, los antepasados, la «patria». Cuando hay aquello, todo esto sirve como fuerzas de consolidación; pero nada más

Pág. 124: Todo el mundo percibe la urgencia de un nuevo principio de vida. Mas -como siempre acontece en crisis parejas- algunos ensayan salvar el momento por una intensificación extremada y artificial precisamente del principio caduco. Este es el sentido de la erupción «nacionalista» en los años que corren. Y siempre -repito- ha pasado así. La última llama, la más larga. El postrer suspire, el más profundo. La víspera de desaparecer, las fronteras se hiperestesian -las fronteras militares y las económicas. Pero todos estos nacionalismos son callejones sin salida. Inténtese proyectarlos hacia el mañana, y se sentirá el tope. Por ahí no se sale a ningún lado. El nacionalismo es siempre un impulso de dirección opuesta al principio nacionalizador. Es exclusivista, mientras éste es inclusivista. En épocas de consolidación tiene, sin embargo, un valor positivo y es una alta norma. Pero en Europa todo está de sobra consolidado, y el nacionalismo no es más que una manía, el pretexto que se ofrece para eludir el deber de invención y de grandes empresas. La simplicidad de medios con que opera y la categoría de los hombres que exalta, revelan sobradamente que es lo contrario de una creación histórica.

La maravillosa pluma de Ortega rellena los recovecos que no aspiro a colmar. Solo les diré para nuestra reflexión que incluso si hoy, domingo 19 de septiembre de 2015, huyen todos y cada uno de los enemigos de la dignidad, los que quedamos no estamos de acuerdo en cual país querremos vivir. Somos un conglomerado humano que ni siquiera conoce su pasado, ¿cuál es el sueño que tenemos del futuro?

Para no concluir ideas con ominosas y sombrías frases, quisiera hablar de la sociedad posible, extirpado el cuerpo extraño que son los atormentadores. Para ello nos trasladamos a la mente de Rawls y estilo el filme “Being John Malkovich” intentaremos ver a través de sus ojos esa sociedad ideal. Esto fue un pequeño chiste, ya que Rawls propuso para construir una sociedad justa un experimento llamado “velo de la ignorancia”. El mandato es simple: Construye una sociedad tan justa que no te preocuparía vivir en ella aunque no supieras donde te tocaría encajar. Es decir, estás ciego respecto a tu color de piel, los padres que te tocan, el lugar donde naciste, si fuiste el primer o decimo hijo, etc.

Actualmente, el tercer mundo parece haber seguido el esquema rawlsiano, pero se aventuró a tomar el riesgo y ha querido emular la genial construcción pseudoimaginaria de Borges en su cuento “la lotería de Babilonia”

            Como todos los hombres de Babilonia, he sido procónsul; como todos, esclavo; también he conocido la omnipotencia, el oprobio, las cárceles. Miren: a mi mano derecha le falta el índice. Miren: por este desgarrón de la capa se ve en mi estómago un tatuaje bermejo: es el segundo símbolo, Beth. Esta letra, en las noches de luna llena, me confiere poder sobre los hombres cuya marca es Ghimel, pero me subordina a los de Aleph, que en las noches sin luna deben obediencia a los Ghimel. En el crepúsculo del alba, en un sótano, he yugulado ante una piedra negra toros sagrados. Durante un año de la luna, he sido declarado invisible: gritaba y no me respondían, robaba el pan y no me decapitaban. He conocido lo que ignoran los griegos: la incertidumbre. En una cámara de bronce, ante el pañuelo silencioso del estrangulador, la esperanza me ha sido fiel; en el río de los deleites, el pánico. Heráclides Póntico refiere con admiración que Pitágoras recordaba haber sido Pirro y antes Euforbo y antes algún otro mortal; para recordar vicisitudes análogas yo no preciso recurrir a la muerte ni aun a la impostura. 

Debo esa variedad casi atroz a una institución que otras repúblicas ignoran o que obra en ellas de modo imperfecto y secreto: la lotería. No he indagado su historia; sé que los magos no logran ponerse de acuerdo; sé de sus poderosos propósitos lo que puede saber de la luna el hombre no versado en astrología. Soy de un país vertiginoso donde la lotería es parte principal de la realidad: hasta el día de hoy, he pensado tan poco en ella como en la conducta de los dioses indescifrables o de mi corazón. Ahora, lejos de Babilonia y de sus queridas costumbres, pienso con algún asombro en la lotería y en las conjeturas blasfemas que en el crepúsculo murmuran los hombres velados

Sin embargo, Rawls, más osado que los escépticos, dijo que la sociedad justa era posible respetando solo tres cosas: 1) Que a todos se les asegurarán ciertos derechos fundamentales; 2) que las características que no tuvieran un fundamento moral no fueran relevantes a la hora de crear diferencias entre los hombres y 3) que siendo controladas todas las diferencias exógenas, las diferencias endógenas entre los seres humanos fueran respetadas, pero se buscara que sus consecuencias repercutiera sobre aquellos menos favorecidos.

¿Qué significa esto? Los dos primeros factores buscan asegurar igualdad de oportunidades para todos. La tercera lo que dice es que habiendo quienes nacen con talentos que determinada sociedad valora más que otros (un genio de la computación medraría en la India, pero probablemente sería un rezagado en el Amazonas) y que por lo tanto, alcanzaran mayor preeminencia que sus congéneres, deben a cambio de su buena suerte, contribuir más a la generalidad de la población de manera que sus talentos sean para nosotros pan de vida.

Dicho de forma simple, no todos nacemos para alcanzar 6 pies 11 pulgadas. El que Kareem Abdul Jabar tuviera esta altura, no no tuvo nada que ver con él. No tiene mérito por esto. Ahora bien, si se destacó sobre decenas de otros hombres de su misma altura, por eso ganó millones de dólares. Es justo que Kareem gane sus millones, pues así podemos disfrutar viéndolo en televisión, pero también es justo que pague más impuestos que nosotros que a costa de nacer bajitos, a lo más que podemos aspirar es a verlo en televisión.

En conclusión ¿cuál es el que ha de nacer? ¿El ser humano de estos tiempos? En mi opinión, para hacer Patria después de la salida de los atormentadores, debemos comprometernos con la idea de una sociedad justa de acuerdo a los parámetros rawlsianos. Nuestra elección debe ser por la libertad de acción y aspirar solamente a que sean controlados sus efectos, pero dándonos cuenta que la libertad requiere de un sustrato mínimo para florecer.

La marginalidad es una forma de indignidad, heteroimpuesta en un momento por la subyugación de unos sobre otros, pero autoimpuesta en la medida a que se debe a un desconocimiento real de los medios para alcanzar la dignidad. ¿O acaso el que ensucia voluntariamente el lugar donde vive no se convierte en su propio verdugo, condenándose a vivir en la podredumbre?

La sociedad justa de Rawls presupone que dispuestas las circunstancias para la dignidad, todo el mundo sabrá jugar correctamente el juego hasta donde se lo permitan sus atributos naturales y no es así. Por eso, así como no habrá salida espontánea de los opresores, tampoco habrá emancipación espontanea de los oprimidos. El ser humano de estos tiempos, por ende, además de todo lo anterior, debe por hoy y para siempre, ser uno que tenga un deseo sincero de poner a otros primero.

Why do it?

Es evidente que esto suena muy lindo. Igualdad, bien común, emancipación. Es obvio que nunca funcionará a menos que así lo queramos hacerlo de verdad y ¿por qué querer hacerlo? Para alguien que puede escribir articulitos el domingo en la tarde, la sociedad funciona bastante bien. Diría que es una cuestión ni siquiera altruista, que es una cuestión de destino para aquellos que han podido ver la ignominia actual y una cuestión de sobrevivencia para los que, como yo, temen la fragmentación acelerada de los que habitamos esta media isla, haciéndonos “enemigos íntimos”. Por tal razón, aquellos ciegos a la ignominia quizás no sean enemigos de la dignidad, pero son sus indolentes vecinos que ante un accidente, toman fotografías antes de llamar al 911.

Respecto a eso del destino y lo inevitable de actuar cuando se conoce la necesidad de la actuación, Ortega tiene algunas ideas llenas de profunda vitalidad de cara a lo que hasta ahora no ha sido más que profundo idealismo.

Pág. 40: nuestra vida es en todo instante, y antes que nada, conciencia de lo que nos es posible.  

Pág. 98: La vida humana, por su naturaleza propia, tiene que estar puesta a algo, a una empresa gloriosa o humilde, a un destino ilustre o trivial. Se trata de una condición extraña, pero inexorable, escrita en nuestra existencia. Por un lado, vivir es algo que cada cual hace por sí y para sí. Por otro lado, si esa vida mía, que sólo a mí me importa, no es entregada por mí a algo, caminará desvencijada, sin tensión y sin «forma». Estos años asistimos al gigantesco espectáculo de innumerables vidas humanas que marchan perdidas en el laberinto de sí mismas por no tener a qué entregarse.

Pág. 40: llegamos a ser sólo una parte mínima de lo que podemos ser. De aquí que nos parezca el mundo una cosa tan enorme, y nosotros, dentro de él, una cosa tan menuda.

Pág. 99: Librada a sí misma, cada vida se queda en sí misma, vacía, sin tener qué hacer. Y como ha de llenarse con algo, se finge frívolamente a sí misma, se dedica a falsas ocupaciones, que nada íntimo, sincero, impone. Hoy es una cosa; mañana, otra, opuesta a la primera. Está perdida al encontrarse sola consigo. El egoísmo es laberíntico. Se comprende. Vivir es ir disparado hacia algo, es caminar hacia una meta. La meta no es mi caminar, no es mi vida; es algo a que pongo ésta y que por lo mismo está fuera de ella, más allá. Si me resuelvo a andar sólo por dentro de mi vida, egoístamente, no avanzo, no voy a ninguna parte; doy vueltas y revueltas en un mismo lugar. Esto es el laberinto, un camino que no lleva a nada, que se pierde en sí mismo, de puro no ser más que caminar por dentro de sí.

Pág. 75: El destino no consiste en aquello que tenemos ganas de hacer; más bien se reconoce y muestra su claro, rigoroso perfil en la conciencia de tener que hacer lo que no tenemos ganas.

Pág. 75: Podemos perfectamente desertar de nuestro destino más auténtico; pero es para caer prisioneros en los pisos inferiores de nuestro destino.

Pág. 45: El hombre-masa es el hombre cuya vida carece de proyectos y va a la deriva. Por eso no construye nada, aunque sus posibilidades, sus poderes, sean enormes

Pág. 75-76: Porque esta es la tónica de la existencia en el hombre-masa: la insinceridad, la «broma». Lo que hacen lo hacen sin el carácter de irrevocable, como hace sus travesuras el «hijo de familia». Toda esa prisa por adoptar en todos los órdenes actitudes aparentemente trágicas, últimas, tajantes, es sólo apariencia. Juegan a la tragedia porque creen que no es verosímil la tragedia efectiva en el mundo civilizado.


De modo que la tarea de crear Patria requiere primero la inevitable tarea de crear conciencia, de hacer personas de donde solo hubo amasijos, de imaginar futuro, donde solo hubo humo y espejos. ¿Cómo es esto posible?

How we’ll do it?

No tengo la más mínima idea. ¿Qué se yo, abogado litigante, pendiente a plazos y elementos de la responsabilidad civil extracontractual, de la ebullicencia política de Guatemala, por ejemplo? ¿Qué saben los que saben de Guatemala, algo acerca de los síntomas de la chikunguya? ¿Que sabemos los que leemos esto, de montar un block sobre una pared, más allá de que se monta? ¿Qué sabe el que los monta, lo que significa la división de clases, más que lo que percibe como factores asociados a la diferencia de apercibimientos de renta? Si es negro, ¿justifica su suerte? Si es blanco, ¿la maldice como algo extraño? En los países pobres, no hay blancos pobres, a menos que sean albinos. En los países ricos, hay muchos blancos pobres, pero la gran mayoría de los inmigrantes y personas no blancas, son pobres. Entonces, ¿Qué nación somos? ¿Quiénes somos los dominicanos, si cada uno de nosotros no nos conocemos ni a nosotros mismos?

Como siempre, hablando de otra cosa, de la guerra, Ortega nos ofrece una respuesta igual de vigente para el conflicto entre los distintos sectores de la sociedad.

Pág. 134 y 135: Por desconocer todo esto, que es elemental, el pacifismo se ha hecho su tarea demasiado fácil. Pensó que para eliminar la guerra bastaba con no hacerla o, a lo sumo, con trabajar en que no se hiciese. Como veía en ella sólo una excrecencia superflua y morbosa aparecida en el trato humano, creyó que bastaba con extirparla y que no era necesario sustituirla. Pero el enorme esfuerzo que es la guerra sólo puede evitarse si se entiende por paz un esfuerzo todavía mayor, un sistema de esfuerzos complicadísimos y que, en parte, requieren la venturosa intervención del genio. Lo otro es un puro error. Lo otro es interpretar la paz como el simple hueco que la guerra dejaría si desapareciese; por lo tanto, ignorar que si la guerra es una cosa que se hace, también la paz es una cosa que hay que hacer, que hay que fabricar, poniendo a la faena todas las potencias humanas. La paz no «está ahí», sencillamente, presta sin más para que el hombre la goce. La paz no es fruto espontáneo de ningún árbol. Nada importante es regalado al hombre; antes bien, tiene él que hacérselo, que construirlo. Por eso, el título más claro de nuestra especie es ser homo faber.

Pág. 135: La guerra, repitamos, era un medio que habían inventado los hombres para solventar ciertos conflictos. La renuncia a la guerra no suprime estos conflictos. Al contrario, los deja más intactos y menos resueltos que nunca. La ausencia de pasiones, la voluntad pacífica de todos los hombres, resultarían completamente ineficaces, porque los conflictos reclamarían solución, y mientras no se inventase otro medio, la guerra reaparecerá inexorablemente en ese imaginario planeta habitado sólo por pacifistas.

Pág. 136: Pues bien: un derecho referente a las materias que originan inevitablemente las guerras no existe. Y no sólo no existe en el sentido de que no haya logrado todavía «vigencia», esto es, que no se haya consolidado como norma firme en la «opinión pública», sino que no existe ni siquiera como idea, como puro teorema, incubado en la mente de algún pensador. Y no habiendo nada de esto, no habiendo ni en teoría un derecho de los pueblos, ¿se pretende que desaparezcan las guerras entre ellos? Permítaseme que califique de frívola, de inmoral, semejante pretensión. Porque es inmoral pretender que una cosa deseada se realice mágicamente, simplemente porque la deseamos. Sólo es moral el deseo al que acompaña la severa voluntad de aprontar los medios de su ejecución.

Entonces, estamos claros que ante la pregunta Who would do it?, la respuesta obvia es nosotros, aquellos que nos consideramos amigos de la dignidad. Pero ante la pregunta How we’ll do it? nos sentimos paralizados. Lo único que tengo que aportar es que aquellos que tenemos el privilegio de pensar en la indignidad, que tenemos semilla de conciencia de clase, que tenemos germen de proyecto de nación, no debemos paralizarnos por el privilegio que tenemos. Lo esencial ahora no es la autoflagelación del rico que escucha Silvio Rodríguez para limpiar su conciencia, no es renunciar a los privilegios que nos permiten ver las injusticias de las cuales directa o indirectamente nos beneficiamos. Lo esencial es ver la injusticia de que nuestra capacidad de vivir dignamente sea un privilegio y convengamos que en lugar de vivir todos pobremente, debemos aspirar a vivir todos “privilegiadamente”.


Ultimo Caveat: ¿Son nuestras ideas nuestras?

Al más intrascendente nivel, ya nos encontramos bajo el escrutinio y el influjo de la opinión pública. En cuestiones de vestir, de comer, enamorarse, el bombardeo es brutal. Dice Ortega:

Pág. 170: De todo aquello que es un impulso colectivo y empuja la vida histórica entera en una u otra dirección, no nos damos cuenta nunca, como no nos damos cuenta del movimiento estelar que lleva nuestro planeta, ni de la faena química en que se ocupan nuestras células. Cada cual cree vivir por su cuenta, en virtud de razones que supone personalísimas. Pero el hecho es que bajo esa superficie de nuestra conciencia actúan las grandes fuerzas anónimas, los poderosos alisios de la historia, soplos gigantes que nos movilizan a su capricho.

Ahora bien, en un mundo demasiado pequeño como este, es imposible hacer cualquier cosa a nivel nacional sin gozar del privilegio de ser el centro de atención internacional. Esto, no está ni bien ni mal, pero como decía Ortega:

Pág. 148:.Hace un siglo no importaba que el pueblo de Estados Unidos se permitiese tener una opinión sobre lo que pasaba en Grecia y que esa opinión estuviese mal informada. Mientras el Gobierno americano no actuase, esa opinión era inoperante sobre los destinos de Grecia. El mundo era entonces «mayor», menos compacto y elástico. La distancia dinámica entre pueblo y pueblo era tan grande que, al atravesarla, la opinión incongruente perdía su toxicidad. Pero en estos últimos años los pueblos han entrado en una extrema proximidad dinámica, y la opinión, por ejemplo, de grandes grupos sociales norteamericanos está interviniendo de hecho - directamente como tal opinión y no su Gobierno- en la guerra civil española. Lo propio digo de la opinión inglesa. Nada más lejos de mi pretensión que todo intento de podar el albedrío a ingleses y americanos discutiendo su «derecho» a opinar lo que gusten sobre cuanto les plazca. No es cuestión de «derecho» o de la despreciable fraseología que suele ampararse en ese título: es una cuestión, simplemente, de buen sentido. Sostengo que la injerencia de la opinión pública de unos países en la vida de los otros es hoy un factor impertinente, venenoso y generador de pasiones bélicas, porque esa opinión no está aún regida por una técnica adecuada al cambio de distancia entre los pueblos.

Pág. 151: Toda realidad desconocida prepara su venganza. No otro es el origen de las catástrofes en la historia humana. Por eso será funesto todo intento de desconocer que un pueblo es, como una persona, aunque de otro modo y por otras razones, una intimidad -por lo tanto, un sistema de secretos que no puede ser descubierto, sin más, desde fuera-. No piense el lector en nada vago ni en nada místico. Tome cualquier función colectiva, por ejemplo, la lengua. Bien notorio es que resulta prácticamente imposible conocer íntimamente un idioma extranjero por mucho que se le estudie. ¿Y no será una insensatez creer cosa fácil el conocimiento de la realidad política de un país extraño?

En conclusión, nadie sabe lo que está haciendo y se deja llevar de ideología, prejuicios e impresiones. Hasta que extirpemos de nuestra alma el egoísmo de creernos que sabemos que es lo mejor, no empezaremos a escuchar a los demás. Solo el dialogo, la paciencia, la solidaridad y el esfuerzo construyen una auténtica democracia. Que difícil. Sería mejor vivir en una monarquía donde las reglas están más claras y todo está hasta cierto punto reglamentado.

Se busca

Se busca quien siembre sin golosear los frutos, quien camine sin apetecer las sillas, quien sonría sin buscar las cámaras, quien cante solo por suavizar el ruido, quien se vista, no con lo que tiene, sino con lo que requiere, quien señale el cielo con los pies plantados, quien guarde duelo hasta por los malvados, quien entierre hachas y construya puentes, quien ofrezca el rostro y muestre sus dientes. Se busca un ser humano, un hombre honrado, cualquiera, siempre que crea en ser austero, respete lo que vino primero, pero no tema al cambio.

Ser responsable
Velar por el prójimo
Cuidar el planeta
Morigerar su egoísmo
Calmar su orgullo
Tolerar las diferencias
Satisfacerse con menos
Poner su empeño en su trabajo
Fomentar el amor como lo primero
Ser capaz de desmontar estructuras infuncionales
Enfrentarse a aquellos que deseen mantener la indignidad ajena y aun así preservar la dignidad de sus adversarios.
Ser capaz de ceder el mando, y más aún, querer ser superado.

Se busca

Persona de corazón sencillo
Con alma llena de brillo
Que sea líder, no caudillo
Se busca
Quien destierre la falacia
De hablar sin actuar acorde
Se busca el trueno y la luz
La llama que dejó Jesús
El amor al pobre
Se busca quien ponga a otros primero
Que tenga un deseo sincero
De poner a otros primero
Y se ajuste
Al viento sin apellidos, a las coplas que hacen más que ruido, sino que dejan un mensaje. Se busca quienes monten andamiaje y laboren todos juntos, aunque no se entiendan los lenguajes, y caven los pozos para que brote agua viva y cierren las puertas al frio y abran las manos al rio y no tarden en despertar del hastío a los lentos y tardíos. Se busca gente de valores, sin importar credo ni colores, que trabajen por lo mismo y fruto del profundo abismo, extraigan la mejor madera.

Se siente, el deseo está presente de dejar atrás los mitos de los hombres infinitos, de corazones gigantescos, sus liderazgos son funestos, pues están equivocados. Se busca quien sueñe en grande y se prepare para el duelo que será plantar al suelo la semilla de sus obras y preparar su mente y manos, alertar a sus hermanos, de lo que ha de llegar.

Se busca

Se busca a un niño, a un jinete, a un remero. Se busca un tesoro, un gigante, un caminante con decoro y talante. Se buscan las piezas de una persona, una mujer, un cascabel, un cincel y una lona. Se busca un refugio y una siembra, un sembrador y una hembra, un conuco y un plantío, se busca el cauce de un rio.

Se busca, así como a la piedra, al martillo, así como a lo oscuro, al brillo, así como al lujoso, al sencillo, el sol, flamante y amarillo, con destellos de calor, se busca una idea y un amor, a la tierra y a la implacable del cielo lluvioso, se busca un sentir presuroso.

¿Cuál es el que ha de nacer? El ser humano de estos tiempos, de esta garganta silenciada llamada patria despatriada. Se busca una generación, joven sin importar la edad, creativa en su originalidad, furtiva y terrible en su acción, pasiva y sensible en su reflexión. Capaz de tomar el mando, o a lo menos, fijar el curso, caminando sobre estanques diáfanos y helados, vislumbrando lo visible e ignorado, lo escondido a plena vista, el secreto a plenas luces, que faltan cristos para las cruces.