miércoles, 14 de septiembre de 2011

El sujeto de la ética: la persona


  El sujeto de la ética: La persona

1-      Acercamiento filosófico a la persona humana
2-      Características de la persona humana
3-      Persona, sociedad y derechos humanos

Para comenzar, definamos persona según la RAE:

Persona: Individuo de la especie humana.

Humano: Perteneciente o relativo al hombre.

Hombre: Ser animado racional, varón o mujer.

La definición, aunque circular en cierto grado, termina por ofrecernos algunas piezas de información. Son personas todos los seres animados racionales, independientemente de su sexo, es decir, hasta ahora, todos los humanos. Eso nos lleva a la definición más famosa y antigua de humana, la aristotélica, que lacónicamente definía a su objeto como “animal (genero próximo) racional (diferencia específica)”.

Acercamiento filosófico a la persona humana

Ahora bien, entendemos que todos los seres humanos son personas, pero más allá de la definición meramente lógica proporcionada por el diccionario, persona es un término más bien filosófico y hasta metafísico, por lo que aparte del hombre, la palabra persona tiene importantes aplicaciones. Por ejemplo, algunos teólogos proponen que el término “persona” acopló en la sociedad por tratarse de un concepto clave para la teología cristiana que buscaba entender “el dogma de un solo Dios, consistente en tres personas y  el dogma de una persona divina subsistente en dos naturalezas (Cristo con una naturaleza divina y otra naturaleza humana). Los teólogos, para aclarar tales cuestiones trinitarias y cristológicas, asumieron el vocablo griego prosopon” que era la máscara que utilizaban los actores antiguos en las representaciones teatrales y el equivalente latino persona que significa “sonar en todas direcciones.”[1]

Derivando de estas concepciones, los escolásticos, bajo la égida del doctor Angélico, definieron persona como “naturae rationalis individua substancia, la persona es una sustancia individual de naturaleza racional. Sustancia en el sentido aristotélico significa un ser-en-sí, es decir, que no está inherente a otro.”[2]

Por su parte, “Ramón Lucas expresa que la persona humana es un sujeto individual racional y disecciona estos términos conceptualizándolos así: Sujeto. Alguien que pertenece a sí mismo, que existe en sí y por sí y no en relación o con dependencia de otro. Individuo. Que posee una unidad interna en sí misma y es diferente de otros, cada persona es única e irrepetible. Racional. No es un acto que la persona hace, sino un modo de ser. Indica todas las capacidades superiores del hombre (inteligencia, amor, sentimientos moralidad, religiosidad). Al llegar aquí, se puede afirmar entonces que ser persona pertenece al orden ontológico, por tanto, el estatuto personal no se adquiere o disminuye gradualmente. No se es más o menos persona… o se es persona o no se es.”[3]

Para la antropología “las personas, en cuanto realidades vivas, son realidades inabarcables e incomprensibles. El conocimiento de las mismas no termina nunca, sino que es un proceso que avanza en la medida en que nos mantenemos en relación con ellas”[4]. A diferencia de otras ciencias que atomizan al hombre, la antropología lo ve como un todo integral con el mayor valor entre todas las criaturas. En tal línea, la antropología cristiana coloca al ser humano en el centro de la creación y le otorga cualidades distintivas, pues es el único ser compuesto de cuerpo, mente y espíritu. “Max Scheler, denomina persona al centro activo en que el espíritu se manifiesta dentro de las esferas del ser finito [y] Emmanuel Mounier [dice]: Una persona es un ser espiritual constituido como tal por una forma de subsistencia y de independencia en su ser.” [5]

A través de visiones tan positivas acerca de la persona humana, podemos pasar a decir que se trata de un ser capaz de obrar, absolutamente moral en cuanto sus acciones y absolutamente digno en cuanto a lo que merece por el sólo hecho de ser. Esto puede resumirse en tres de las famosas cuatro preguntas de Kant, que exponían a la persona humana como una criatura que podía saber, debía hacer y le cabía esperar.[6]

Sin embargo, así como hay pensadores que parecen admirar al hombre, existen algunos que proponen que su característica de dignidad no es absoluta. Por ejemplo “Hugo Tristam Engelhardt denomina persona sólo a quien goza de autoconciencia y, gracias a ella, desempeña un papel en el conjunto de la sociedad. El que carece de autoconciencia y de función social, como los no nacidos, los neonatos, los dementes, los comatosos, han de ser considerados como simples cosas.”[7]

Otros, aunque no tan drásticos, afirman que la característica de humano se adquiere y se pierde durante el discurrir de la vida y apoderados de una estricta moralidad aseguran que “para que a alguien se le trate como persona hace falta que se comporte como gente…nadie se merece su libertad social si no hace bien de su libertad personal… siempre que alguien elige el camino del mal…se está deshumanizando…”[8]

Como conclusión no somos capaces de contestar dentro de un sentido sistemáticamente antropológico “¿qué es el hombre?” o “¿qué es la persona?”, sin embargo, somos capaces de caracterizar al ser humano a través de sus facultades. Para nosotros el ser humano es infinitamente digno pues existe siempre en el la capacidad de exceder los instintos y elevarse a la altura de su rol como fin en si mismo, no como medio para un fin. Posee por igual infinito potencial para la sabiduría porque posee conciencia del pasado e inquietud por el futuro y de esa manera la humanidad entera crea una cultura que va dando, a paso lento, pero seguro, respuestas a todas las inquietudes de las que puedan perturbar el espíritu. Por último, el ser humano es imagen viva del amor por ser la única criatura capaz de entrar en comunidad espiritual a través de la intimidad, de su inteligencia emocional y de su capacidad de entrega. La nobleza y el altruismo no se aprecian en los animales.[9]

Características de la persona humana:

La libertad: “El hombre no es hombre sino a partir del momento y en la medida que se siente libre”[10]. Su misma racionalidad y capacidad de elegir hacen al hombre libre en su fuero interno, aunque este siempre preso de las necesidades fisiológicas del mundo. La libertad implica estrictamente el poder de elegir entre el bien y el mal.

La voluntad: La capacidad de desear y aborrecer cosas, querer o no querer.[11] La libertad nos da poder de escoger, la voluntad nos da un deseo para escoger. El que elige el mal por convicción lo hace voluntariamente, el que elige el mal porque fue engañado lo hace involuntariamente.

La cultura: Ningún ser humano es el primer ser humano  ni el único ser humano. Todos hemos recibido una cultura, que es el conjunto de todas las posibles respuestas que personas similares a nosotros han propuesto ante las interrogantes prácticas de la vida. Los seres humanos somos libres, pero poseemos estructuras mentales que no hemos inventado y esas estructuras nos hacen, nos construyen, tanto como nuestras acciones y decisiones.[12]

Responsable, imputable[13]: Como el ser humano posee conciencia plena (voluntad) y se encuentra en uso total de su libertad (en principio), por consecuencia debe responder por sus actos en la medida que los mismos crean derechos para los demás o les causan daño.

Digno: La dignidad, como dimensión intrínseca del ser humano, posee un carácter ontológico.[14] Es un hijo de Dios, es el único ser racional y es el único ser con movilidad existencial, por consiguiente es el ser más digno (el que más consideración merece).

Gregario: El ser humano, como millones más de especies, está hecho para vivir en sociedad, pero a diferencia de otras criaturas, necesita a la sociedad para reafirmarse a si mismo como individuo frente a la colectividad.

La moralidad: “El hombre es moral porque no se limita como el animal a dar la respuesta predeterminada por el estimulo y su disposición biológica sino que es responsable de cada uno de sus actos…porque los proyecta y realiza libremente”[15] Todos los actos humanos son estudiados por la moral en función de su bondad o malicia basándose en un parámetro de costumbres, por vivir en sociedad somos entonces morales o inmorales.

Persona, sociedad y derechos humanos:

Desde el principio, el hombre descubrió que asociarse era más beneficioso que la soledad y siguiendo la línea de Hobbes, formó agrupaciones para poder cubrir las necesidades básicas que era incapaz de cubrir por si mismo: las fisiológicas y de seguridad. La sociedad creció y el ser humano descubrió que tenía otras necesidades, necesidades de afiliación y de reconocimiento. De esa manera creció el engranaje que mantenía unidos a una multitud de personas. Los individuos sacrificaron su total individualidad y se convirtieron en sociedad.

Esta transformación, la cual se viene repitiendo desde los primeros clanes hasta la actualidad, trajo numerosos beneficios. Por ejemplo, “las situaciones humanas, aunque irrepetibles y únicas, presentan entre si semejanzas. Otros hombres antes… se vieron en situación parecida… [es posible] echar mano de sus respuestas…la cultura consiste en el repertorio total de respuestas a la vida.”[16]

Viviendo en sociedad el hombre logró un grado de eficiencia tal que podía proporcionar a gran parte de los individuos las necesidades que todos querían cubrir. Desde tiempos del imperio romano ya teníamos la capacidad de llevar agua, alimento, cobijo, seguridad, espacio para conocerse y enamorarse, méritos y fama, a gran parte de los integrantes de la sociedad. Sin embargo, antes de acabar su misión de acomodar a todos los individuos, la sociedad mutó y adquirió personalidad propia (cuando antes únicamente los humanos tenían personalidad). En sentido inocuo esto creó la idea de patria y los hermosos valores que el patriotismo implica, a la vez que se satisfacía de forma más enfática la necesidad humana de afiliación. En su sentido perverso, esa conciencia colectiva desembocó en un estatismo donde el Estado lo era todo, el feudo lo era todo, el partido lo era todo. En una espiral decadente que viene repitiéndose desde el primer esclavo hasta el último acto de ciega obediencia partidaria, el ser humano se convierte constantemente en medio, en instrumento, en lugar de ser fin en si mismo.

Por eso surgen los derechos humanos, como una afirmación del individuo en un mundo colectivo. Los derechos humanos son reconquistas sociales de los bienes metafísicos del individuo que la sociedad había pretendido relativizar. “La libertad es una facultad que tiene todo ser humano por su propia existencia…no es un derecho que le regala la Constitución de su país”[17]

En un primer momento, los derechos humanos constituyeron límites al ejercicio absoluto del poder y fueron un no rotundo a las autoridades: no me puedes quitar la vida, no me puedes encarcelar sin razón…, pero luego evolucionaron hasta ser un mandato potente al Estado de cumplir con el rol mismo para el cual fue creado, asegurar el bienestar de sus integrantes. En ese sentido, se convirtieron en un deber: debes educarme, debes sanarme…En la actualidad son un rescate de la idea de dignidad humana. “La humanidad misma es una dignidad, porque el hombre no puede ser tratado por ningún hombre (ni por otro, ni por sí mismo) como un simple medio o instrumento, sino siempre a la vez, como un fin, y en ello estriba precisamente su dignidad… La persona tiene valor y dignidad absolutos y por tanto, es fin en sí misma; esto hace que posea una inviolabilidad y derechos y deberes fundamentales” [18]








[1] JIMENEZ GARROTE, José Luis. “Fundamentos de la dignidad de la persona humana”. Publicado en la revista Bioética [en línea] Enero-Abril 2006, p. 2. Disponible en: http://www.cbioetica.org/revista/61/611821.pdf. [Accedido el 13 de septiembre del 2011]
[2] Ibídem
[3] Ibídem.
[4] Ibídem, p. 1
[5] Ibídem. 
[6] BUBER, Martin. ¿Que es el hombre? Sexta edición en español. Traducción de E. Imaz. Editorial Fondo de Cultura Económica. 70 p. México, 1967. p. 6 [en línea] Disponible en: http://isaiasgarde.myfil.es/get_file/buber-mart-n-que-es-el-hombre.pdf. [Accedido el 9 de Septiembre del 2011] 
[7] JIMENEZ GARROTE, op cit. P. 2
[8] FELIZ ALCANTARA (Juan), Manual de ética profesional, segunda edición, Departamento Editorial de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, Santiago de los Caballeros, República Dominicana, 197 p. P. 94
[9] ALONSO PALACIO, Luz Marina; ESCORCIO DE VAZQUEZ, Isabel. “El ser humano como una totalidad”. Publicado en la revista Salud Uninorte [en línea] Agosto 2003, p. 3. Disponible en: http://ciruelo.uninorte.edu.co/pdf/salud_uninorte/17/1_El_ser_humano.pdf [Accedido el 14 de septiembre del 2011]
[10] FELIZ ALCANTARA, op cit. P. 92
[11] Ibídem, p. 95
[12] Ibídem, p. 104
[13] Ibídem, p. 105
[14] JIMENEZ GARROTE, op cit. P. 3
[15] FELIZ ALCANTARA, op cit. 101
[16] Ibídem, p. 103
[17] Ibídem, p. 93
[18] JIMENEZ GARROTE, op cit. P. 3

viernes, 12 de agosto de 2011

Dos políticos, un camino

Dos políticos, un camino

¿Qué es para ti la política?

¿Es acaso la segunda más noble de las vocaciones, como la llamaba Duarte o quizás el arte de obtener el poder y mantenerse en el poder como la practican los contemporáneos? ¿Es para ti política, el ejercicio de la propaganda o el de la solidaridad? ¿La entiendes acaso como la habilidad de cabildear o piensas en ella como la capacidad de conciliar? A fin de cuentas, ¿cual es el “buen político”? ¿El que resuelve problemas o el que los prevé? En lo adelante trataremos de contrastar las ideas locales de política contra las concepciones poco convencionales que hemos expuesto, esforzándonos en demostrar que hay profundas diferencias entre ambos bandos, pero haciendo un análisis crítico de cada tipo de mentalidad.

La segunda más noble vocación vs. El arte de obtener y mantener el poder

Cuando la política es identificada como la segunda vocación más noble después de la filosofía, entonces ser político es poseer una profunda inclinación hacia el servicio y un sentimiento de responsabilidad inmenso hacia el país y todos quienes lo habitan. Este político personifica a la perfección el hombre ideal que debían tener las republicas según Montesquieu; aquel que al nacer adquiere una deuda tan grande con la patria que nunca en la vida puede llegar a pagar.

Psicológicamente, este prohombre tiene una conciencia colectiva y su interés primordial es la generalidad como masa amorfa. Desde que empieza a ver caras, su responsabilidad se hace más endeble y es a menudo descuidado con su familia porque la considera una extensión de si mismo (y su propia persona le importa muy poco). Hablamos de un tipo de persona que cree poseer una rectitud inquebrantable y no acepta estar equivocado. Espera que sus familiares y amigo piensen y actúen como él, por consiguiente nunca practicará el nepotismo ni utilizará su influencia para conseguir favores, tratando completamente de alienar sus relaciones personales de su cargo, siendo a menudo rechazado por sus compañeros cercanos, exponiéndose a ser llamado “malagradecido y egoísta”.

Objetivamente, quien entra en la política pensando que entra en una vocación noble, prontamente se encontrará sin apoyo. Un ejemplo claro lo vemos en Juan Bosch, quien en el momento en que los poderes establecidos se unificaban en su contra, cuando más necesitaba de su partido, en un afán heroico de llevar a cabo lo que consideraba su misión en la vida, ordenó el cierre de todos los locales del PRD a fin de convertirlos en escuelas públicas. Para él, que los niños se educarán era más importante que su permanencia en el poder, pero la medida en contribuyó a que no pudiera llevar a cabo sus proyectos.
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En cambio, cuando la política es el arte de obtener el poder y mantenerlo, las fronteras del propio interés no tienen escrúpulos que las contengan. No se adquiere deuda con la patria ni existe idea generalizada de “pueblo” a quien servir. Las relaciones adquieren un carácter personal y aislado. No se quiere el bien común, sino el triunfo del partido, no se le debe nada al abstracto “votante”, pero si existe una obligación con el mecenas, la cual debe ser honrada a toda costa. Este hombre político recurrirá a toda practica posible (demagogia, cohecho, violencia…) con el fin de obtener su objetivo personal, el cual es incluso más importante que el del partido. Por eso se encuentra en directa contraposición al político anterior, porque se debe así mismo sobre todas las cosas y luego a los demás, de menos (socios, benefactores…) a más (dirigentes partidarios, las bases, etc.). Para él, su familia y amigos son su obligación primordial y cuenta con ellos para que lo rescaten en sus momentos de mayor necesidad. Para las políticos que operan bajo tales concepciones, el taparse mutuamente es una obligación casi bíblica: “Es mejor que estén dos que uno solo; tendrán la ventaja de la unión. Si el uno cae, será levantado por el otro. ¡Ay del que está solo, pues, si cae, no tendrá quien lo levante! (Eclesiastés 4, 9-12)”. En este sentido, no importa lo nefasto de la acción, solo prima el deber de ayudar. Por esta razón es que no importa que tanto sean atacados los presientes por los miembros de la oposición, cuando pierden el poder, nunca son sometidos a la justicia (bueno, una vez). Primeramente porque al poseer todos los políticos la misma visión, no le conviene al incumbente atacar al que espera su turno (hoy por ti, mañana por mi) y cuando sí son sometidos (como Hipólito intentó hacerlo con Leonel), entonces los “amigos” siempre estarán ahí para dar la cara.

En resumen, mantener el poder no es tarea fácil pues depende no de que tan correcto es considerada la actuación, si no de cuantos amigos se pueda tener. El que tiene más amigos se mantiene y los amigos cuestan cada vez más dinero. Este es el razonamiento básico del político prominente en República Dominicana y de sus seguidores. Debemos hacer la salvedad de que no todos son corruptos, ávidos de dinero y conscientes de su actuación. Algunos seguidores simplemente han recibido beneficios de parte de un político (que un trabajo, que una beca, que una tarjeta de gas para la madre) y adquieren así una deuda de “amistad”. Cuando el “amigo” de estas personas es tildado de corrupto, estas personas tienen problemas en admitirlo porque a todos los seres humanos con cierto sentido de moral, nos resulta desagradable sentirnos ligados a un corrupto. Solo nos quedan dos opciones, o rechazamos al “amigo” de lleno, sintiéndonos “desengañados” o intentamos justificar su conducta de una manera lógica, haciendo abstracción mental entre el hombre o mujer amable que nos ayudó y la figura pública que hoy aguanta el fuego enemigo.

La propaganda vs. La solidaridad

Empleando un razonamiento parecido al anterior trataremos el tema de cómo hacer campaña. En este sentido tenemos políticos propagandistas y políticos solidarios.

Obviamente un político solidario practica la solidaridad, pero nos referimos a solidaridad en el sentido de que su manera de promocionarse en mediante la ayuda. Este político siente una profunda necesidad en la sociedad y entiende que la mejor manera de hacer campaña es supliéndola desde ya, para demostrar que será mucho más efectivo una vez le sea otorgado el poder de un cargo. Este político siente que su papel es llegar a una comunidad y empezar a indagar quienes son los más desamparados para construirles una casa o al menos comprarles una hoja de zinc o los más enfermos para conseguirle sus medicamentos. En el peor de lo casos, esta practica puede degenerar en la llamada “fundita” y un sentimiento paternalista hacia la población, como si esta solo fuera feliz en la medida que líder les otorgara su favor (de esto hemos tenido algunos casos en República Dominicana). En el buen sentido se trata del estilo de un político que tiene una concepción arraigada de la caridad, aunque desconoce de conceptos básicos de comunicación. Detesta o incluso se siente culpable de acaparar la luz pública, pero su sueño es que la gente lo vea, se sienta inspirada por su caridad y servicio y consecuentemente vote por él. En resumen, nos encontramos ante un iluso, aunque uno de buen corazón. Este tipo de actuación funciona (pues obviamente le funcionó a Jesucristo), pero toma muchos años, generalmente más de una vida y gente que propague el mensaje. Puede que no sea la manera más correcta de hacer política y que el fracaso político sea consustancial a la caridad. La solidaridad, cuando tiene de por medio una finalidad ulterior, a menudo encuentra el fracaso.
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El político propagandista en cambio practica el discurso y le encanta estar expuesto a los medios. Su misión es llenar las carencias de la población mediante explicaciones. Conoce a la perfección las técnicas del doctor Goebbels: 1) Busca un enemigo identificable para achacar los males de la población (generalmente el partido de oposición). 2) Píntalos como los más nefastos (chancleteros, comesolos…) y 3) Píntate como su mayor enemigo, es decir, como aquel que pondrá fin a aquellos que reinan con la ineptitud, el egoísmo o la opresión.

Este hombre político sabe que las masas tienen el estomago vacío, pero que también están hambrientas de esperanza y les ofrece un Mesías durante la época del armageddon.

Conciliar vs. Cabildear

Bajo el mismo esquema que la solidaridad o el propagandismo tenemos a los conciliadores y los cabilderos. Aunque ambas palabras sean parecidas morfológica y semánticamente, las dos ejemplifican dos actitudes muy diferentes.

La conciliación es el primer paso a la paz, es el objetivo del hombre que piensa en el bien común y busca el punto medio entre las facciones disímiles de la sociedad, aun a costa de perder asidero ideológico y político. En su versión degenerada este político puede convertirse en un inmutable pacificador, como Neville Chamberlain lo fue con los Nazis. Este conciliador es a menudo lo que conocemos como un “falso”. Alguien que nunca toma una posición y se mueve no solo en su política del centro, sino rindiendo pleitesías constantemente a izquierda y derecha para aparentar su inclinación favorable hacia ellos y granjearse el apoyo condicionado de estos sectores. Esta hetaira política nunca ayuda a alcanzar los objetivos del grupo, pero trabaja férreamente para alcanzar los objetivos de los líderes del grupo.

La pasada es una triste historia de la cual no vemos a nadie impoluto, pero en general el conciliador, al menos aquel cuya ideología conciliadora no ha sido embotada, es aquel que le interesa interponer el bien común sobre sus propios intereses. Para llevarlo a su extremo, podemos decir que una persona conciliadora alberga la disposición de convertir su propio patrimonio en el patrimonio público y no viceversa. Los dominicanos recordaran como el viernes 10 de septiembre fue publicada la noticia de que los diputados aprobaron la resolución de restaurar la Casona de Sabana de la Mar, pero rechazaron la coletilla de dicha resolución que pedía un aporte de 5,000 pesos por cada diputado para dichos fines. La misma era una respuesta atenuada a una idea similar anterior de que la Cámara de Diputados aportara 1 millón para la reconstrucción. La idea es clara, La Casona merece ser restaurada, pero debido a la lentitud de la burocracia y la perdida constante de fondos en la medida que se mueven dentro del gobierno, seria muy difícil obtener el dinero necesario para iniciar el proyecto. ¿Solución? Nosotros mismos lo pondremos. ¿Respuesta? Ni pensarlo.
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El cabildeo en cambio obedece a la práctica de mantener el poder, adquiriendo deudas con particulares para obtener ya sea dinero ya sea legitimidad. Cabildear es negociar (ten esto por esto o has aquello a no ser que entonces…) Es lo que se llama en jerga popular, “traficar influencias”. Lo malo del cabildeo es que no hay convencimiento. Cuando cabildeas, incluso por una causa noble, no luchas por un ideal, al contrario. El que va a cabildear deja entrever al otro “yo tengo una necesidad igual que tu, lava mi mano y yo lavaré la tuya”. El que requirió ser “convencido” mediante dádivas de lo que realmente queda convencido es que el ideólogo es tan patán como él mismo y no solo eso, empieza ahora a sentirse importante y a sentirse que el ideólogo le debe algo.

¿Adonde lleva esta situación? Cuando parece que el cabildeo termina, apenas ha empezado. La persona que solicitó dinero para dar su aprobación a un proyecto del cual está convencido la otra parte le sacará aun más dinero, empieza a sentirse como si la otra parte siempre tuviera que recurrir a él para que le permita hacer sus negocios, empieza a sentirse importante, a exigir más y más a menudo y empieza a amar su situación de preponderancia. Ésta se convierte en el foco de su existencia (no trabajar, sino cobrar a otros para permitirlos trabajar) y le toma un amor inmenso a su capacidad de decidir. Ama que le paguen como si fuera un peaje, pero sobre todo ama el poder de decidir y una vez que este poder esté amenazado (como con las elecciones por ejemplo) recurrirá a los medios más inescrupulosos para mantenerlo.

Como vemos, la práctica del cabildeo no trae nada positivo, excepto quizás las pequeñas conquistas logradas por las personas honestas, que no son muchas porque ¿que persona seria “se va a meter en eso”? Lo ideal sería que las ideas fueran discutidas a profundidad y aprobadas por su merito y sí, debemos admitirlo, por el poder de convencimiento de sus ideólogos. Por eso opino que el presidente que en verdad esté interesado en que fomentar los cambios necesarios que han de llevarnos a un mejor país haría uso de su facultad legislativa establecido en el artículo 96 de la Constitución Dominicana, pues si la ley es la única capaz de impulsar las reformas, ¿quien con mayor poder para convencer a los legisladores que él? La discusión a fondo de las leyes hasta convencer al resto de su bondad o hacer los cambios necesarios para alcanzar esa bondad, por más ideal que aparente, posiblemente no sea sociológicamente o cronológicamente factible.

El problema de “resolver”
El tercer mundo ha sufrido de una dolencia histórica, evidencia de una especie de atavismo pagano: la idolatría del líder. Es bien recibido, especialmente entre los sectores más empobrecidos, pero no con exclusividad, el apelativo “el que resuelve”. Nada hay más antidemocrático que la mentalidad resolutora. La pregunta primordial es: ¿resuelve que?: Observando, los problemas estructurales de la República Dominicana son los mismos desde hace décadas. Las patologías sociales como la violencia de género y el narcotráfico se encuentran en su mayor punto en toda la historia, entonces, ¿que se ha resuelto? Ante tal realidad, el observador perspicaz se da cuenta de que la idea de resolver cobra un carácter muy particular en la región Latinoamericana. El problema no es endémico a nuestro terruño, sino que fue ampliamente aprovechado por Perón para mantenerse a las riendas de una Argentina en ruinas durante muchos años. Resolver en Latinoamérica es dar dinero. Eso es muy noble y ciertamente ayudaría a cualquiera a “resolver” cualquier pequeño revés económico que se sufra en el momento. El daño sucede en la medida que el dinero repartido fue producido por los propios beneficiarios. Pagando mis impuestos lleno las arcas del Estado y a cambio recibo mucho ron y una pasola gratis. Los administradores parecen trabajar tras la idea de que el conjunto popular no sabría disfrutar su dinero apropiadamente, para lo cual lo recaudan y luego lo encauzan como más aproveche a la generalidad, cobrando una módica tarifa por su gestión. Ante tal situación, ¿no seria más efectivo no cobrar impuestos? Lo más seguro las masas acudirían a comprar las mismas cosas, pero la utilidad aumentaría, puesto a que no pagando impuestos, habría más dinero para adquirir los bienes deseados, eliminando la modesta tasa pagada al intermediario. Por eso, “el que resuelve”, suele ser de los lemas más peyorativos. El que resuelve es el que te devuelve lo tuyo después de tomar lo suyo.

Previsor

¿Quién puede darse el lujo de ser previsor? Aquel que ha dejado atrás su ego y no espera alabanzas por hacer su trabajo. La ley no quiere héroes, el pueblo no quiere obras monumentales. Los individuos están contentos con esforzarse para sobrevivir y que el gobierno cumpla calladamente con el mandato que le fue encomendado. El mejor gobernante es el que no se siente, como si todo saliera bien de manera natural.

lunes, 20 de junio de 2011


El Estado es un encargo, un mandato. No pertenece a los mandatarios, pero ellos poseen una obligación de resultado.

jueves, 16 de junio de 2011

Proclama de José Nuñez de Cáceres para justificar la Independencia Efímera


“Para gozar de esos derechos se instituyen y forman los gobiernos, derivando sus justos poderes del consentimiento de los asociados; de donde se sigue que si el gobierno no corresponde a esos esenciales fines, si lejos de mirar por la conservación de la sociedad, se convierte en opresivo, toca a las facultades del pueblo alterar o abolir su forma y adoptar otra nueva que le parezca más conducente a su seguridad y futuro bien. En hora buena que los gobiernos fundados de largo tiempo no se cambien por ligeros motivos o causas transeúntes. La prudencia dicta que se sufran los males mientras sean soportables; pero cuando tocan en el último ápice, cuando la misma experiencia demuestra que el designio es reducido todo a un absoluto despotismo, entonces seria degradarse de seres racionales y libres si los hombres no desechasen ene l momento un gobierno diametralmente contrario a los altos fines de su originaria institución”.

miércoles, 8 de junio de 2011

¿Libertad superior a la vida?

                                                           Jack Kevorkian, el doctor muerte
En primer lugar, debemos tener bien en cuenta que nos encontramos ante un conflicto de derechos fundamentales y pretendemos solucionarlo desde un punto de vista jerárquico: El derecho a la libertad vs. el derecho a la vida, todo dentro de un marco de dignidad humana. Veamos cada uno de estos y su importancia.

El derecho a la vida

El derecho a la vida es verdaderamente un derecho relevante para la existencia de una sociedad, quizás más que ningún otro. Sin personas, no existe sociedad y por lo tanto, la vida interesa a la sociedad más que ningún otro derecho.

Los derechos fundamentales, como los hemos estudiado, tienen 2 dimensiones: una positiva y una negativa. La negativa impone al Estado y a los particulares la prohibición de interferir con la vida. En tal sentido se entiende que la vida existe independientemente del Estado y de los demás y que es su deber abstenerse de lastimarla. Por su lado, la obligación positiva significa que el Estado ha asumido el compromiso de fomentar la vida, protegerla y ayudarla a desarrollarse. Esa vida no puede meramente existir y desaparecer sin que a nadie le duela, debe ser protegida por el Estado. De tal deber es que nacen las instituciones públicas de salud por un lado y la persecución criminal del homicidio por el otro.

Dimensión del derecho a la vida

¿Dentro de que extensión opera este derecho? Sabemos por nuestra Constitución que el derecho a la vida comienza a actuar desde la concepción y desde ese momento debe ser respetada y fomentada.

¿Cuál es el alcance cualitativo de esta vida? Entendemos en el siglo XXI que todos tenemos derechos a una clase de vida en particular, la vida digna. Aquí es cuando, a pesar de tratarse de un tema de conflictos de derecho, opera la complementariedad de los mismos. Existe junto al derecho a la vida, el derecho a que se respete la dignidad humana, lo que desemboca necesariamente en un derecho a la vida digna. Suena complicado. Tratemos de hacer con la dignidad lo mismo que hicimos con el derecho a la vida:

El derecho a que se respete la dignidad humana

La existencia del derecho a que se respete la dignidad humana nos dice que la dignidad humana existe al igual que la vida, de forma independiente del Estado y los particulares, y que por lo tanto, éstos no pueden lastimarla y el Estado tiene obligación de fomentarla.


Dimensión del derecho a la dignidad humana

El concepto de dignidad es demasiado amplio y requiere una definición precisa para que el sujeto pasivo del derecho fundamental sepa a que debe atenerse. Podemos ayudarnos de nuestra Constitución y de tal manera nos damos cuenta que desde el artículo 8 es obvio que la vida digna que envisiona el constituyente dominicano es aquella que asegure la protección de todos los derechos fundamentales y que posibilite la obtención de los medios que le permitan perfeccionarse de forma igualitaria, equitativa y progresiva.

En resumen, hasta ahora:

La vida es lo más importante, pero sobre cualquier vida se prefiere la vida digna y la misma consiste en poder ejercer los derechos de los que somos acreedores a la vez que encontramos los medios para perfeccionarnos de acuerdo a nuestros deseos.

Corresponde ahora traer a colación el conflicto con la libertad. Empecemos por analizar el derecho en si:

El derecho a la libertad

La libertad, al igual que los derechos anteriores, es considerada como anterior al Estado y a los demás seres humanos. De hecho, es imposible la existencia de un “Estado” sin la facultad de la libertad. Para Kant, todos los seres humanos son esferas autónomas de libertad que desarrollan su plan particular de vida de forma independiente hasta que los mismos colidan con los planes de algún otro individuo.

Dimensión del derecho a la libertad

Como se evidencia, a diferencia del derecho a la vida, la libertad tiene una característica especial y es que es dual, posee un fuero interno o libre albedrío y uno externo conocido como libertad de acción, el cual es capaz de chocar con el fuero externo de los demás.

Como expresión de esa libertad, los hombres se han unido hasta conformar el Estado, para que el mismo provea derecho y orden a fin de: 1) dirimir los conflictos provocados por la libertad de acción y 2) proporcione la seguridad necesaria para alcanzar una vida digna.

Como vemos y esto es muy importante, la libertad es superior a la dignidad humana en el sentido en que, al igual que la vida, ambas son esenciales para la fundamentación de un Estado. Por su parte, la vida es superior a la libertad en el sentido de que pueden existir sociedades sin libertad (de esclavos por ejemplo), pero como decíamos, no puede existir sociedad sin la vida.


En resumen, el Estado tiene la obligación de respetar la vida y la libertad y a ambas tiene el deber de fomentar, sin embargo, dentro de un contexto simplista, la vida es más valiosa que la libertad y protegiendo a ambas, debe protegerse la vida contra cualquier atentado por parte de la libertad. Lo anterior es obvio cuando se trata de la libertad de uno contra la vida de otro y nuevamente, dentro del cuadro de una realidad simple y totalmente racionalizada, el Estado no puede permitir el atentado de la libertad propia contra la vida propia. Donde esta visión es compartida, el suicidio constituye un tipo penal.

La utilidad del suicidio

Es muy útil analizar la problemática de la libertad contra la vida desde el suicidio antes de entrar en la eutanasia porque éste involucra la acción de un solo sujeto. Pensando en la solución anterior en la cual la vida se imponía a la libertad, dos preguntas surgen:

El derecho a vivir y el derecho a ser libre pueden compararse ya que ambos son elementos constitutivos del ser humano (es un animal, por lo tanto un viviente, racional, por lo tanto, libre en su fuero interno). Como elementos, ambas empatan, pero en cuanto al fuero externo de la libertad, el mismo es inferior a la vida y por lo tanto, puede ser suprimido cuando choca con esta, ya que, cuando acaba la vida, acaba la libertad y por consiguiente, no hay libertad sin vida, pero si viceversa.

Sin embargo, el ser humano no es un autómata netamente racional que dirime sus conflictos morales cuantificando el valor numérico de propiedades físicas y metafísicas de si mismo. Si bien es cierto que la vida y la libertad fundamentan las sociedades, también es cierto que las sociedades existen por una aspiración efectiva de dignidad que posee el género humano. Estar vivo es el estado adscrito, pero vivir dignamente es algo que se adquiere y adquirirlo es el motivo de nuestras acciones sociales.

Es imposible comparar un elemento constitutivo con un mero accidente, como lo seria el hecho de que la vida sea digna o no. No obstante, en ese caso, la dignidad no debe ser meramente descartada, sino que la intervención del anhelo de dignidad invalida nuestro resultado anterior porque antepone al ser humano la opción de la elección (un ejercicio de la libertad) acerca de la vida: o vida a secas o vida digna. La elección se hace con la libertad interna y se ejecuta con la libertad externa y finalmente, eligiendo vida digna se construye algo superior a la simple vida o a la simple libertad.

La primera pregunta seria la siguiente: una vez alcanzado este plano de evolución humana (la vida digna), ¿puede pedírsele a los hombres que retrocedan hacia una existencia menor? Hay quienes dicen que no y dentro de su escala de valores prefieren la vida digna a la indigna y a menudo, niegan la vida si la misma no goza de dignidad. Se resisten a la indignidad eliminando las cadenas que los oprimen, aunque al hacerlo acorten su tiempo de vida, porque la capacidad de elegir la muerte sobre la vida indigna constituye un ámbito del cual no pueden ser despojados. . Donde se comparte esta ideología, el suicidio no constituye un acto sancionado por el derecho público.




El fin de los derechos

La elección por la dignidad es el ejercicio de la libertad sobre la materia de la vida, moldeándola. Es inconcebible en esta época que ha visto hasta cambios de género que se obligue a las personas a permanecer en su estado adscrito cuando el mismo es objeto de rechazo y se poseen los medios para cambiarlo. Constituye sin embargo una seria controversia jurídica el determinar si, desprovistos de los medios para cambiar nuestra vida de indigna a digna, decidamos  entonces terminar con la vida que aborrecemos. En términos jurídicos, ¿puede el ejercicio externo del derecho a la libertad ser tan amplio como para elegir poner fin a todos los derechos? La respuesta a primera vista parece ser no, pero cuando la vida es indigna, los derechos que se plantea eliminar la libertad no existen más que de manera teórica, imposibilitando la ponderación efectiva de cual es el valor del bien jurídico protegido.

Conclusiones

Analizada la problemática estrictamente desde un punto de vista jerárquico, hemos llegado a las siguientes conclusiones:

La vida y la libertad como elementos constitutivos del ser humano, son igual de esenciales; vistos como elementos fundacionales de la sociedad, la vida es superior. La vida digna es un bien jurídico más valioso que los dos anteriores ya que sólo se construye a través del ejercicio de la libertad sobre la vida hasta obtener la seguridad de que tanto la libertad, la vida y los demás derechos fundamentales podrán ser disfrutados.

El ser humano tiene derecho a elegir la vida digna sobre la indigna y a tomar las riendas de su vida para alcanzar el objeto de su elección. Por igual, tiene derecho a resistirse a ser reducido de su vida digna a una indigna, incluso si su elección de dignidad acorta considerablemente su tiempo de vida.

El debate se centra en la eutanasia y se reduce a dos interrogantes:

¿Puede un ser humano ayudar a otro que esté desprovisto de los medios para dignificar su vida, cuando la solución elegida acorta considerablemente el tiempo de la vida?

¿Cuándo puede decirse que una vida es realmente indigna y por lo tanto admite un cambio tan radical hacia la dignidad que sea capaz de acortar el tiempo de vida?


jueves, 5 de mayo de 2011

Las 20 máximas de Paulo Freire

1. Es necesario desarrollar una pedagogía de la pregunta. Siempre estamos escuchando una pedagogía de la respuesta. Los profesores contestan a preguntas que los alumnos no han hecho

2. Mi visión de la alfabetización va más allá del ba, be, bi, bo, bu. Porque implica una comprensión crítica de la realidad social, política y económica en la que está el alfabetizado

3. Enseñar exige respeto a los saberes de los educandos

4. Enseñar exige la corporización de las palabras por el ejemplo

5. Enseñar exige respeto a la autonomía del ser del educando

6. Enseñar exige seguridad, capacidad profesional y generosidad

7. Enseñar exige saber escuchar

8. Nadie es, si se prohíbe que otros sean

9. La Pedagogía del oprimido, deja de ser del oprimido y pasa a ser la pedagogía de los hombres en proceso de permanente liberación

10. No hay palabra verdadera que no sea unión inquebrantable entre acción y reflexión

11. Decir la palabra verdadera es transformar al mundo

12. Decir que los hombres son personas y como personas son libres y no hacer nada para lograr concretamente que esta afirmación sea objetiva, es una farsa

13. El hombre es hombre, y el mundo es mundo. En la medida en que ambos se encuentran en una relación permanente, el hombre transformando al mundo sufre los efectos de su propia transformación

14. El estudio no se mide por el número de páginas leídas en una noche, ni por la cantidad de libros leídos en un semestre. Estudiar no es un acto de consumir ideas, sino de crearlas y recrearlas

15. Solo educadores autoritarios niegan la solidaridad entre el acto de educar y el acto de ser educados por los educandos

16. Todos nosotros sabemos algo. Todos nosotros ignoramos algo. Por eso, aprendemos siempre

17. La cultura no es atributo exclusivo de la burguesía. Los llamados "ignorantes" son hombres y mujeres cultos a los que se les ha negado el derecho de expresarse y por ello son sometidos a vivir en una "cultura del silencio"

18. Alfabetizarse no es aprender a repetir palabras, sino a decir su palabra

19. Defendemos el proceso revolucionario como una acción cultural dialogada conjuntamente con el acceso al poder en el esfuerzo serio y profundo de concientización

20. La ciencia y la tecnología, en la sociedad revolucionaria, deben estar al servicio de la liberación permanente de la HUMANIZACION del hombre.

Síntesis de los ideales patrióticos y humanos del Padre de la Patria Juan Pablo Duarte y Diez

Nunca me fue tan necesario como hoy el tener salud, corazón y juicio; hoy que hombres sin juicio y sin corazón conspiran contra la salud de la patria.

Mientras no se escarmiente a los traidores como se debe, los buenos y verdaderos dominicanos serán siempre víctimas de sus maquinaciones. Trabajemos por y para la patria, que es trabajar para nuestros hijos y para nosotros mismos. Trabajemos, trabajemos sin descansar, no hay que perder la fe en Dios, en la Justicia de nuestra causa y en nuestros propios brazos.

Toda autoridad no constituida con arreglo a la ley es ilegítima, y por tanto, no tiene derecho alguno a gobernar ni se está en la obligación de obedecerla.

El Gobierno debe mostrarse justo y enérgico...O no tendremos Patria y por consiguiente ni libertad ni independencia nacional.