Humillado por
tus obras
Dama de Candido Portinari. Quizás la pintura más desolada que he visto: http://spenceralley.blogspot.com/2012/12/candido-portinari.html |
Había quedado atónito. ¿Qué era lo que tenía esa
mujer que hacía ocultarse al mismo sol? Y sobre todo, ¿qué era este lugar al
que había llegado? ¿En verdad estaba aquí por mi propia voluntad o mi voluntad
no era sino una ilusión más en esta casa de ilusiones?
Estaba empezando a volverme loco. Don Paco me echaba
un vistazo ocasional y seguía con su trabajo. Empezaba a preguntarme si don
Paco era real. En verdad, empezaba a preguntarme si yo era real. ¡No podía
aguantarlo! Motivado por la locura que me invadía, olvidé toda mi ética periodística
y entré a la casa, decidido a enfrentar a doña Magnolia. Estaba cansado de sus
cambios de humor y su actitud de hacerse la víctima. Estaba cansado de tanta
intriga y quería saber qué había hecho para ganarme su enfado. Porque, en el
fondo, nada me inquietaba más que enfadar a doña Magnolia.
No tuve que buscar mucho, pronto encontré la puerta
que me llevaría a ella. Parecía igual a todas las otras, pero era distinta. La sentía
distinta. Yo sabía que lo era. La abrí lentamente. Mi arrojo se me escapaba con
cada exhalación. Debía seguir. No quería, pero ya no había opción, debía
seguir.
La habitación era pequeña y sofocante. Parecía una
biblioteca: libreros que cubrían cada pared, un aire decadente, mohoso y un
polvo milenario. Todo parecía rodear a doña Magnolia, sentada en el único
sillón, colocado sobre un fino tapete persa, sosteniendo una copa de vino y
luciendo una sonrisa sincera.
−¡Miguelito! Me encontraste.
− Doña Magnolia…−dije jadeando.
−No hay de qué disculparse −dijo, adivinando mis
pensamientos.
− ¿Le gustaría salir para que…?
−No, no Miguelito, aún no entiendes. Bueno, no puedo
culparte. Después de todo, aún eres un extraño.
−¿Un extraño?
−Un extraño en mi casa −y en ese momento, su voz se
volvía tan dulce que sentí que me derretía por dentro. Era como estar enamorado
de su voz−. Un extraño en el Paraíso.
Fue difícil articular palabra. Ya no quería hablar,
no quería ver. Sólo quería cerrar mis ojos y no abrirlos más, pero al final
logré decir algo que sonó como:
−¿Un paraíso?
−¿Sabe lo que es el infierno, Miguel? −su voz ya no
era dulce, sino escalofriante–.¿Sabe lo que es quemarse por siempre en un fuego
inextinguible? ¿Sabe lo que es desangrar la vida entre púas y espinas? Eso es
el infierno, Miguel.
Se acercaba, lenta, pero desafiante. Sus ojos
chispeaban y sus colmillos brillaban. ¿Eran colmillos? Ya no podía pensar. La
habitación se oscurecía y ella se acercaba. Lento, pero inexorablemente.
−Eso es el infierno, Miguel. Es morir de hambre y
ser comido por lobos. Es morir aplastado por tu propio peso mientras los
cuervos picotean tus ojos y es levantarse, Miguel, día tras día, con el cuerpo
pesado y el estómago vacío, sin más esperanza que morir una y otra y otra vez.
Me extendió su mano.
−Tómala, Miguel. Aquí no hay cuervos ni lobos. Aquí
sólo hay paz.
Me acerqué, mi mente clara por primera vez. Sólo
tenía mi bolígrafo, pero era suficiente, no tendría tiempo. Me abalancé sobre
ella, nada en mi mente más que ese incesante ruido de taladro.
Aún estaba oscuro. No había más ruido que la
señorita Sánchez, taladrando su cabeza en la habitación contigua. Taladrando
una y otra y otra vez, tratando de salir de este paraíso. Sospecho que algún
día será igual para mí. Por ahora, tan sólo escribo para evitar caer en la
locura. He perdido la cuenta de los años, pero yo sigo igual. Todo sigue igual
en ese paraíso perpetuo, día tras día, año tras año. A veces, cuando me canso
de mirar el mismo cielo, me pregunto si el infierno es en verdad tan malo.
Encontrado en un cuaderno del 2004. Sé que lo escribí
para un ejercicio de completar un cuento que Adelma nos puso en el colegio. El
título es una no tan obvia referencia a Joaquín Pasos y su escalofriante Canto
de la Guerra de las Cosas:
Dadme un motor más fuerte que un corazón de
hombre.
Dadme un cerebro de máquina que pueda ser agujereado sin
dolor.
Dadme por fuera un cuerpo de metal y por dentro otro
cuerpo de metal
igual al del soldado de plomo que no muere,
que no te pide, Señor, la gracia de no ser humillado por
tus obras,
como el soldado de carne blanducha, nuestro débil orgullo,
que por tu día ofrecerá la luz de sus ojos,
que por tu metal admitirá una bala en su pecho,
que por tu agua devolverá su sangre.
Y que quiere ser como un cuchillo, al que no puede herir
otro cuchillo.
Dadme un cerebro de máquina que pueda ser agujereado sin
dolor.
Dadme por fuera un cuerpo de metal y por dentro otro
cuerpo de metal
igual al del soldado de plomo que no muere,
que no te pide, Señor, la gracia de no ser humillado por
tus obras,
como el soldado de carne blanducha, nuestro débil orgullo,
que por tu día ofrecerá la luz de sus ojos,
que por tu metal admitirá una bala en su pecho,
que por tu agua devolverá su sangre.
Y que quiere ser como un cuchillo, al que no puede herir
otro cuchillo.
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