CONVERSACIONES CON MI FE
“Pónganse a salvo de este mundo corrompido”
Hechos 2. 36-41
Hola. Hoy quisiera
escribir de algunos temas religiosos y sus connotaciones políticas. Decía Gandhi,
o al menos se le atribuye a él, que “el
que piense que la religión no tiene nada que ver con política, no conoce el
verdadero significado de la religión”. Esto porque la religión representa
los anhelos más profundos y delicados del ser humano, no sólo el de
trascendencia, sino su afán de justicia, de buenos gobiernos, de nobleza y
reconocimiento, de explicación a la existencia y del lugar que se ocupa entre las
criaturas, entre otras cosas. Visto así, las interrogantes son muchas y quizás
resulten inabarcables por más libros que se escriban, pero mi afán no es dar
respuestas, sino hacer preguntas.
El tema que
quisiera tratar hoy es el dinero y la pobreza. ¿Se han preguntado ustedes
alguna vez por qué Jesús exalta al pobre? No hablamos de mera defensa, ni
tampoco compasión, sino dignificación en contraposición al rico: “Es más fácil para un camello pasar por el
ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de Dios” ¿Por qué? ¿Es
la riqueza anticristiana? ¿Plantea la biblia el necesario fin de la economía
como la practicamos? Y de ser así, ¿plantea otra opción económica viable? ¿Es
objetable el patrimonio del Vaticano?...
Jesús siempre ha
sido presentado como pobre. Algunos argumentan que no eran propias siquiera las
vestimentas que utilizaba, lo cual se ha prestado para muchas interpretaciones poéticas
de Jesucristo. Por ejemplo, decía Joaquín Pasos de los pobres: “Nuestras figuras son apenas figuras del que
vino por el mismo camino. Por eso es divino el polvo de nuestros pies, y divino
nuestro destino”. No obstante, existen dudas respecto al nivel de pobreza
de Jesús, ya que la Biblia lo presenta como carpintero, lo cual, sin duda, debió
ser una profesión sumamente distinguida en una Nazaret desértica. Por otra
parte, su padre terreno, José, se decía proveniente de la familia de David,
aunque en razón de las numerosas esposas disfrutadas por reyes antiguos y
actuales, eso, de ser cierto, no necesariamente implicaría ventaja económica de
ningún tipo. También existe la posibilidad de una mala traducción de los textos
bíblicos y que Jesús no fuese carpintero, sino picapedrero, trabajo más acorde
con su humildad. Este es un punto de discusión intrascendente, pero que resulta
interesante psicológicamente a la hora de preguntarnos si Jesús fue
auténticamente el primer comunista del
mundo y de cómo eso afecta nuestra postura como cultura occidental
tradicionalmente cristiana, pero capitalista.
Es difícil definir
a Jesús. Era un rebelde, pero se rebelaba ante pocas estructuras. Reconocía la
validez del dinero (“al césar lo que es
del césar”), pero rechazaba el afán de lucro “cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser
discípulo mío” (Lucas 14:33), viviendo su comunidad, no en la miseria, sino
administrando una bolsa común (múltiples referencias a esto, ver e.g Juan 12:5). Aceptaba a los
recolectores de impuestos y a las prostitutas, pero expulsó acremente a los
mercaderes del templo. ¿Qué nos quiere decir Jesús con todo esto? ¿Acaso que la
aspiración de la sociedad occidental equivocada y vacía al ser materialistas en
lugar de espirituales, al ver al dinero como un fin, en lugar de un mero
accidente? Posiblemente, pero ese no es todo el mensaje de Jesús, porque de
serlo no hubiese dicho “vende todo lo que
tienes, déjalo a los pobres y sígueme”. Hay algo más allá, algo
consustancial a la riqueza que impide al corazón del que no es pobre acceder a
la salvación. Esto es muy triste y susceptible a ataques como: 1) Venderlo todo
y darlo a los pobres implica el reconocimiento del sistema mercantil, no ningún
ataque o intento de destruir o modificar este sistema; 2) Dar todo a los pobres
y unirme a ellos implicaría el agotamiento veloz de esa riqueza y la creación
de un nuevo pobre, lo que no aliviaría en nada los males del mundo, en cambio,
la riqueza bien administrada puede sostener una caridad constante por años; 3)
El pobre no es modelo a seguir porque su corazón aspira a la riqueza para
abandonar la penosa situación en que encuentra.
Todo esto es
cierto, por lo que razonablemente podemos ver que la salvación no está
intrínseca y exclusivamente ligada a la pobreza en el sentido de carecer de
bienes. Como expresábamos, Jesús y sus seguidores no eran indigentes y en
ningún momento de la biblia se evidencia que sufrían de necesidad. La
dignificación del pobre en el Evangelio, así como la humillación del rico, tiene
un significado mucho más profundo, en el cual el dinero está incluido, pero que
lo desborda: Jesús nos pide acercarnos a los pobres para salir de la comodidad.
Su predica es social, no para hacer del dinero un asunto relevante, sino para
restarle importancia. Cuando Jesús nos dice: “esa viuda dio más, porque dio todo lo que tenía”, no la alaba por
el dinero ofrecido, que era mucho desde un punto de vista relativo, sino porque
fue mucho su desprendimiento y poca la importancia que le dio al dinero. Para
la viuda, las monedas fueron un instrumento para hacer el bien, no un bien en
si mismo para codiciar. Con su actuación, volvió a poner las cosas en el lugar
que les corresponde.
Haciendo un poco de
memoria, Adán y Eva no cometieron el pecado original al desobedecer a Dios
simple y llanamente. Dios, de hecho, fue sumamente permisivo dándoles un paraíso
y poniendo todo lo que se encontraba en él bajo su dominio. Sólo había un árbol
del cual Dios no quería que los humanos comieran y no era ni siquiera el árbol de
la eternidad (Génesis 2:17), sino el árbol de “la ciencia del bien y del mal”.
¿Qué peligro representaba este árbol? Que tan pronto el hombre comiera de él,
se atribuiría el poder de decidir lo que era bueno y era malo. Ya no sería
Dios, ni el orden natural por El instaurado lo que mediría y “justificaría” el
accionar del hombre, sino la propia opinión humana. Al comer del árbol, el
hombre se constituyó en la medida de todas las cosas y eso estuvo mal, por eso
fue expulsado. Lo peor, es que ni siquiera se mantuvo así; ya para tiempos de
Jesús, una fascinación primitiva había invadido al ser humano y para algunos,
las cosas estaban incluso por encima del hombre.
Ante este panorama
tan sombrío es que Jesús reacciona. El pecado del joven rico “que había cumplido todos los mandamientos”,
no era ser rico, sino que cuando le preguntó a Jesús como salvarse, fue incapaz
de poner a Dios por encima de sus bienes. Se evidencia que su deseo de
salvación no era sincero si el Hijo de Dios Hecho Hombre le ponía como único
requisito para seguirlo y llegar al Padre el renunciar a su oro, y al joven
rico esto no le satisfizo.
Dice Tomás de
Kempis en “La Imitación de Cristo”: “Que
diferente sería la vida si adquiriésemos conciencia de la eternidad”. Aprenderíamos
a desechar todas las pequeñas prisiones que nos impiden ver las cosas en su
justa dimensión y en el lugar al que pertenecen. Ciertamente, para el pobre, el que no cifra
su esperanza en hombres o bienes, es más fácil seguir a Dios y renunciar a la
falsa seguridad de este mundo, pero no puede afirmarse que esto sea una virtud,
sino más bien, una necesidad, ante un mundo hostil que no ofrece ninguna
seguridad.
No sé si lo
correcto es el capitalismo, el socialismo o el anarquismo, si la salvación del
pueblo será la educación o el libre comercio. El evangelio plantea tantas
preguntas respecto a nuestro mundo actual que efectivamente constituye una obra
al margen del tiempo. Esas preguntas corresponderán a mayores mentes que la mía
tratarlas, pero mientras tanto, no debemos de dejar de preguntarnos y entre
esas preguntas, debemos buscar si en nuestra pirámide de valores los asuntos
accesorios de la vida permanecen siendo accesorios y si podemos considerarnos “pobres
de espíritu”, es decir, si estamos libres de estorbos, prejuicios, vicios y
rencores.
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