Despertando en el medio de la noche
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La maquinización del hombre. Alejandra Bazán |
Ya el reloj marca las doce y
sentado frente al papel en blanco noto que no tengo ganas de nada. No tengo
motivación, ni inspiración, ni impulso y lo que quisiera es dormir en mi cama
hasta que el día está claro y despertar y darme cuenta que hoy no tenía que
hacer nada. Dormir de nuevo y sentir el vacío de una vida sin agenda, sin
horario, sin propósito.
Los viejos valores me
repugnan, me aburren, me decepcionan. Trato de recurrir al patriotismo, al
humanismo, al mesianismo para motivar mi cuerpo a mover mis manos, a ejercitar
mis ojos, a poner en marcha mis pies, pero todo sin resultado. Cuando era más
joven creí que podría cambiar el mundo, ahora me doy cuenta que ni siquiera
puedo quedarme despierto después de medianoche, o al menos, que no quiero hacerlo. Antes, y todavía a veces, tenía ideas
revolucionarias que pensaba que podrían hacer girar las cosas, el menos en mi
país. Soñaba con rescatar la conciencia nacional, combatir la corrupción,
organizar el Estado poliorgánico, combatir la intolerancia, reformar el sistema
impositivo y quien sabe cuantas ilusiones más, pero cada día que pasa es
testimonio de mi fracaso en siquiera dar comienzo de ejecución a las
expectativas tan grandes que tenia de mí mismo. Sintiéndome de esa manera, es
ciertamente poco lo que podría aportar a ninguna causa y precisamente poco
sería mi deseo de hacerlo.
Creo que antes me sentía
diferente y tenía más deseos de actuar, ahora simplemente no sé cómo quedarme
despierto ante el increíble cansancio que me ocasiona pensar en cualquier tipo
de obligación, no solo solidaria, de cara a la sociedad, sino también personal,
tendente a promover mis propios fines egoístas.
No comprendo este cansancio, pero siempre saca lo peor de mí.
Es difícil encontrar la paz
cuando uno se siente inadecuado. Ahora que tengo conciencia de mi juventud
fugaz, así es precisamente como me siento: inadecuado, inadaptado e incapaz. Sé
que hay muchos problemas pendientes, pero el mundo no está hecho ni para los
cobardes ni para los soñadores. Me parte la madre el racismo, el cinismo, la
hipocresía, el mal agradecimiento, el hubris, la violencia, la vagancia y el
hastío, pero soy víctima de todos y actor innegable de algunos.
¿Es posible transmitir algún
mensaje positivo en este estado? ¿Cuál es mi mensaje para la juventud
dominicana? Ese grupo selecto de imberbes colocados en el trayecto del tiempo a
fin de llenar 1 día de la historia en un punto de la Tierra. Mi mensaje es que
estamos despertando tarde a la realidad del mundo, tan tarde, que ya es de
noche nuevamente.
Algunas de las cosas que he
aprendido son: Que el mundo es de los ricos; que uno es más pobre de lo que
cree; que tu persona interior no tiene la más mínima relevancia en cómo es
percibida tu persona exterior y que los instintos más básicos del ser humano
siempre o casi siempre prevalecen sobre los principios de un orden más elevado.
Otra cosa que he aprendido
es que le mundo moderno no ha fracasado
en construir una sociedad. La ausencia de héroes en nuestros días responde a un
impulso exitoso de algunos grupos de poder en fabricar autómatas consumidores.
No es que la juventud se encuentre rezagada o aletargada, es que el patrón
válido de juventud de nuestros días es aquella que vive el momento, sigue tendencias,
surfea las redes sociales, renuncia a los núcleos familiares y a la idea de
permanencia, diseña su personalidad minuciosamente, de cara a la alteridad más
que de cara a sí mismo y su proyecto de vida. Los perfiles sociales son el
ejemplo perfecto. Cada persona depura su imagen hasta convertirla en algo perfecto,
no como mecanismo para autodefinirse, sino porque su definición es la de lo que
los otros perciben. Este es el hombre masa, el hombre tendencia, la persona
cosa, la persona momento, o peor, la persona impersonal.
Yo lamentablemente me
inscribo dentro de las líneas anteriores. Ya he perdido gran parte de mi
sentido de trascendencia, de mi espíritu de eternidad y, por eso me he
convertido en una persona promedio, asustado porque mi juventud se difumina en
la misma medida que aumenta mi desencanto con la realidad.
Quisiera acabar con una nota
positiva, si bien me resulta difícil. Lo cierto es que en la medida que más nos
adentramos en la maraña de las instituciones actuales nos sentimos menos seres
humanos, porque somos menos libres a fuerza de justificaciones precarias:
salario, permanencia, estatus, etc. Presiento que mi estado actual de
sentimiento, el cual intuyo es compartido por muchas personas en circunstancias
de vida análogas, tiene mucho que ver con cómo los modelos de vida no han sabido responder al auténtico
corazón del ser humano o, peor, han desconocido la dignidad de éste. Desde la
niña de un pueblo fronterizo que para vivir tiene que trabajar como mula del
narcotráfico, pasando por las prostitutas de lujo de Holanda, los jihadistas,
los cocheros los críticos de arte, los abogados corporativos, los doctores
peones de grandes farmacéuticas hasta los actores de cine a quienes les piden
que comprometan su visión del personaje interpretado, a fin de darle más sex appeal, la verdad es que ya nadie es
simplemente sí mismo, sino que seguimos modelos preestablecidos de lo que
sentimos que la sociedad que nos rodea espera de nosotros, o en otros casos, fracasamos en alcanzar dichos modelos y
caemos en otros que a los ojos que nos rodean son incorrectos o desafortunados.
Romper ese círculo requiere
primero despertar. Ya es de día y como imaginarán, es “tarde” para llegar a mi trabajo.
Romper con la completa neurosis de vivir en una vida de agendas y horarios
requiere o adaptarse a ella o renegar de ella. No quiero convertirme en un ermitaño
por lo que no puedo renegar de la sociedad establecida y como he visto, mis
fuerzas no dan para cambiarla, por lo que solo me resta cambiarme a mí mismo,
tarea indudablemente personal, pero la cual dudo cualquier pueda hacer
simplemente por su cuenta.
Al final, me encuentro de
vuelta donde empecé. Siguiendo los ejercicios cristianos, he visto mi vida, la he juzgado insatisfactoria, pero he sido incapaz de actuar para mejorarla. Sé
que muchos esperan mucho de mí, pero nadie espera más que yo mismo. De hecho, a
pesar de esta angustia que me agobia todavía espero poder incidir de manera
positiva en m sociedad en la que me desenvuelvo: Combatir la corrupción, la
depredación de los recursos naturales, la opresión, la desigualdad, la arbitrariedad
del poder y quien sabe cuántas causas más que se ven tan lejos y tan
imposibles. Me siento responsable por estos males, por eso me siento enfermo,
porque me siento muy insignificante para combatirlos. Al final de todo, solo me
queda la esperanza de que esa chispa de vida que El Señor colocó en mí haya
sobrevivido la tortura de vivir encerrado en una oficina, en una burbuja
social, en una jaula de falsos privilegios y descarriadas expectativas, sin
sol, si aire, sin poesía. Todavía conservo la esperanza, la cual para nosotros
los cristianos, sobrevive hasta después de la propia muerte.