Mi noche larga en el museo
Por: Erick Stern
“Y uno es feliz como un niño, cuando sale de
la escuela”
Joan
Manuel Serrat
De vez en cuando la
vida nos da oportunidades magnificas para maravillarnos y redescubrir cosas que
teníamos olvidadas o creíamos perdidas para siempre, como la poesía, la
pintura, la historia, el patriotismo. El pasado sábado siete de octubre tuve
esa oportunidad cuando se celebró la “Noche larga de los Museos”, propuesta del
Ministerio de Cultura (siguiendo una tendencia internacional) en la cual
numerosos museos abren sus puertas los fines de semana en horas nocturnas para
que los habitantes comúnmente absortos por la faena diaria puedan disfrutar de
una riqueza que generalmente estaría vedada al momento en que salen de sus trabajos.
En este post quiero relatar mis vivencias de esa noche y transmitir los sentimientos
nacidas en ese día completo, además de alguna que otra idea irreverente de las
que siempre se me ocurren mientras ando paseando.
Para comenzar, el
sábado me desperté tarde –práctica benéfica y fugaz en la cual solo se puede
incursionar desde la adolescencia hasta el nacimiento del primer hijo-- y
después de una buena comida, salí a correr por la inmensa ciudad de Santo
Domingo. Solo un sector basta para agotar al más impetuoso corredor y la zona
de Las Praderas, con sus aceras amplias y asombradas daban la bienvenida a mis
pasos.
Cuando agotado realcanzo
mi morada, después de otra satisfactoria comilona me propongo averiguar qué
hacer en mi solitaria tarde en la ciudad. Mi amada había partido hacia su natal
Puerto Plata, novia del Atlántico, por lo que este fin de semana no tenia
planeado subir a mi Santiago a encontrarme con ella. Dubitativo recurrí al
excelente portal de eventos quehacerhoy.com.do
y, a pesar de ser un asiduo lector de periódicos, me enteré por vez primera de
que justo ese día se celebraría la versión navideña de “La Noche Larga de los
Museos”. Encandilado por la idea y habiendo tenido buenas experiencias la
edición pasada, decidí partir hacia la Zona Colonial.
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De la B a la C el
trayecto fue en Metro, el resto fue a pie.
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El camino, si bien
largo, fue bastante agradable desde mi casa a la estación Pedro Francisco Bonó,
primer sociólogo de nuestra joven República. El traspaso de la línea 2 a la Línea 1 del Metro fue
evocativo de las estaciones de Metro de Nueva York las cuales tanto admiro y disfruto
cada vez que visito la Gran Manzana. Finalmente desembarco en la estación
Joaquín Balaguer, llamada así por la cercanía de la casa del anciano presidente
e inocentemente recuerdo como justo este año 2013 eliminaron de Francia la
última calle con el nombre del General
Petain, indiscutible vencedor de Verdun, indudable traidor de la Vichy
France.
Despejando mi
mente, reinauguro mis pies sobre las modernas aceras de la avenida Máximo Gómez,
héroe de las dos Repúblicas –Cuba, la patria de su esposa y Dominicana, su
tierra natal en el árido y precioso Monte Cristi--. Planifico que doblaré a la
izquierda en la Avenida Independencia para llegar por su vía hasta la Zona
Colonial, teniendo la privilegiada desdicha de pasar por frente el Palacio de
Bellas Artes y de rememorar el triste drama de su sobrevalorada remodelación.
Trago saliva a la vez que redoblo el paso y afortunadamente pude calmar mi
angustia gracias a que su extrañamente baja cerca me permitió imaginarme
volándome y jugando futbol en sus amplios e inutilizados “jardines” sin árboles.
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De vuelta en la
ruta, la tradicional Avenida Independencia me permitió apreciar interesantes
visiones como la sede del Partido Comunista dominicano así como la casa
nacional del PLD, la Corte de Trabajo del Distrito Nacional y la raíz más
amorfa y perturbadora que mis ojos presenciaren jamás. Su visión me hizo
preguntarme si la misma estará sana o si árbol que sustentan no será más que un
cascarón vacío, como aquellos otros metafóricos árboles que presencié en el
camino.
Poniendo a un lado mí
asombro continúe caminando hasta desembocar en el Palacio de Justicia de Ciudad
Nueva, donde coincidencialmente se estaban celebrando las elecciones del
Colegio de Abogados. Lamentablemente, como ya pasaban de las 5 de la tarde no
pude echar mi voto por ninguno, ni siquiera por el Dr. Pérez Volquez, quien
amablemente contratara una asistente para que me llamara tres veces recordándome
la fecha de las elecciones. ¿Cómo habrá obtenido el doctor mi número? Me
imagino que mi planilla de inscripción al colegio habrá jugado algún papel en
el asunto.
Después de saludar
a algunos amigos y colegas dejé a un lado el proselitismo gremial y tomé la calle José Gabriel García, eximio historiador
de nuestra época colonial, y en pocos minutos ya me sentía cerca de mi destino
final. Me gusta mucho esta calle porque es amplia y tranquila, las personas
adornan sus casas y pasar por ella me da la oportunidad de pasar frente al “Obelisco
Hembra”, Monumento Trujillo-Hull o Monumento
a la Independencia Financiera, frente al cual hay
Menos que un parque, una explanada
Sin ningún tipo de valladar,
Donde siempre veo niños jugar
A pesar de los veloces carros que transitan,
A escasos metros frente al mar.
Omito el Parque de
los Cañones y la estatua de Fray Antón, dominico tan reaccionario como los
jesuitas, prefiriendo pasar por la Puerta de la Misericordia y ¡voilá! ya estoy
en la Colonial Zona. Bajo la velocidad de mis pasos y comienzo a respirar el
aire de una ciudad con 500 años de antigüedad.
¿Qué hacer? ¿Qué
hacer? Subo por la Palo Hincado, pasando por el Antiguo Registro Civil y
Conservaduría de Hipotecas, tan triste y desolado que nadie pensaría que fue solo
hace poco más de un mes que lo desalojaron, pues en realidad hace más de 5
lustros que lo abandonaron. Subo hasta la Puerta del Conde y en el histórico
Parque Independencia, donde los mejores y peores intereses de nuestro país se
han dado cita, me detengo frente a un montón de libros en el suelo. Inquiero por
su propietario y un caballero apoyado en su motor y acompañado de un pequeño me
vende por 100 pesos una antología casi completa de las obras de Manuel del
Cabral, quien a decir de algunos entendidos, es nuestro mejor poeta. Finalizada
la transacción cruzo la Inmensa Bahía en la cual se ha convertido la Calle Palo
Hincado e inició a caminar por el Conde, la cual entiendo es la única calle peatonal
de nuestro país, salvo por un infructuoso intento que se hiciera en mi adorado
Santiago.
No hay mucho nuevo que
decir sobre el Conde. Los caminantes son variados y los comercios variopintos. Sin
más, llegó hasta el Palacio de la Esquizofrenia (Bar Restaurante El Conde),
ubicado en el parque Colón, donde los pies de la estatua del Almirante son
acariciados con añoro por una taina desvestida, en muestra de ese claro
erotismo irreverente que los artista disfrutan de incluir en sus composiciones.
Después de unas vueltas entre molestas palomas subo la calle Isabel la Católica
y después de mucho pensarlo, tomo la ruta hasta Las Damas, primera calle
trazada en la ciudad de Santo Domingo, primera calle trazada en el Nuevo Mundo.
Mi primer stop es
determinado por el ritmo de los tambores africanos y los timbales tan
caribeños. Resulta que en la Plaza María de Toledo estaban montando una función
los famosos Guloya de San Pedro de Macorís, declarados en el 2005 Patrimonio
Cultural de la Humanidad. Cayéndoles detrás algunos instantes en su ajetreado
quehacer centenario recordé lo que tanto me decía mi amada: “la cultura no es
solo la cultura oficial”.
Después que quede satisfecho de atabales torné
mis pasos hacia El Homenaje, otra primicia, la torre más antigua de toda
América y tristemente celebre prisión de los líderes más revolucionarios de
nuestro país. Cuando atravesé la milenaria puerta, todavía estaban montando una
tarima, por lo que, conociendo bien el torreón por anteriores visitas, no seguí
a la multitud de visitantes y más bien me arrinconé bajo un almendro a leer algunas
estrofas de Manuel del Cabral, no sin antes fotografiar a un crucero que
iluminaba la otra orilla del Ozama, sobre una cama de agua, bajo una espuma de
grises.
Ahora, después de
leer unas líneas, confieso que no sabia que Del Cabral fuera tan explicito:
La
mano de Onán se queja
Yo soy el sexo de los condenados.
No el juguete de alcoba que economiza vida.
Yo soy la amante de los que no amaron.
Yo soy la esposa de los miserables.
Soy el minuto antes del suicida.
Sola de amor, mas nunca solitaria,
limitada de piel, saco raíces…
Disfrutando su
inusual estilo para tan presentes, pero omitidos temas, leo hasta que la noche
me roba de la luz primaria. Ya en ese momento la tarima está presta y escucho
una voz que me invita a presenciar la función. Leo unos últimos versos y tomo
un robo de la seminoche un último daguerrotipo.
Oda escrita en la piedra
Hay
algo más que el viento buscando ser instinto,
algo más que la ola
que quiere andar de pie como la sangre.
Hay algo más que aquello que rezaba a las piedras,
suave como la muerte del cabello del indio,
simple como el secreto transparente del agua.
algo más que la ola
que quiere andar de pie como la sangre.
Hay algo más que aquello que rezaba a las piedras,
suave como la muerte del cabello del indio,
simple como el secreto transparente del agua.
Hoy
aquellos que fueron siempre mudos,
los que siempre llevaron en la sombra
la dignidad del loto que crece sobre el cieno,
se acercan a la tierra,
y echan voces por granos, como quien va regando
la conciencia.
los que siempre llevaron en la sombra
la dignidad del loto que crece sobre el cieno,
se acercan a la tierra,
y echan voces por granos, como quien va regando
la conciencia.
Soy nuevamente
preso de la música, pero esta vez, en lugar de tambores, tamboras y acordeones.
Una orquesta toca la mangulina y personajes en traje típico danzan con brío y
destreza sobre el reciente escenario. Noto extrañado que muchas mujeres bailan
con hombres bajitos y a medida que me voy acercando las cosas se me aclaran, aun
antes que la Maestra de Ceremonias lo resaltare: Todos los músicos y uno de
cada pareja de bailarines sufre algún tipo de discapacidad, ya sea visual,
motora o genética. Estoy presenciando un auténtico triunfo de la voluntad sobre
los azares del destino y el triunfo es agridulce cuando se restriega en mi rostro
de dominicano fallido, que apenas puede alcanzar el triste paso de un triste
merengue apambichao.
Dejó el terraplén
inspirado y me continuo mi paso, deteniéndome en el Panteón Nacional donde reposan
los restos de los más notables dominicanos. Allí mientras un guía le explica a
una pareja argentina que Salomé Ureña fue la madre de Pedro Henríquez Ureña, a
quien los argentinos
asumen tan propio como nosotros a Hostos y otro le detalla en francés a una
familia haitiana todas las características arquitectónicas del Panteón, antiguo
convento de los jesuitas hasta su expulsión del país, yo pongo los ojos en una
figura insigne que no pensaba encontraría en estos muros: Gastón Fernando
Deligne, el poeta más puro del siglo XVIII cuyo sarcófago irónicamente se
encontraba justo arriba del de Pedro Santana:
Ololoi
Él, de un
temple felino y zorruno,
halagüeño y feroz todo en uno;
por aquel y el de allá y otros modos,
se hizo dueño de todo y de todos.
halagüeño y feroz todo en uno;
por aquel y el de allá y otros modos,
se hizo dueño de todo y de todos.
Y redujo sus
varias acciones
a una sola esencial: ¡violaciones!
Los preceptos del código citas,
y las leyes sagradas no escritas,
la flor viva que el himen aureola
y el hogar y su honor... ¿qué no viola?...
a una sola esencial: ¡violaciones!
Los preceptos del código citas,
y las leyes sagradas no escritas,
la flor viva que el himen aureola
y el hogar y su honor... ¿qué no viola?...
Y pregona su
orgullo inaudito,
que es mirar sus delitos, delito;
y que de ellos murmúrese y hable,
es delito más grande y notable;
y prepara y acota y advierte,
para tales delitos, la muerte.
que es mirar sus delitos, delito;
y que de ellos murmúrese y hable,
es delito más grande y notable;
y prepara y acota y advierte,
para tales delitos, la muerte.
Ahhhh Gastón, ¡que
incendio tu poesía! Para no dejar que me coja la tarde, prosigo mi travesía y caigo
en la Academia de Ciencias de la República Dominicana, la cual parece estar
dedicada más que nada a la minería, siendo su principal proyecto ahora mismo la
deslegitimación de la explotación de la Mina de Pueblo Viejo por la Barrick
Gold. No obstante, entre los distintos minerales y mapas de placas tectónicas
del país se destaca un ala inmensa dedicada completamente al sincretismo
religioso de nuestra patria. “La cultura
no solo es cultura la cultura oficial” retumba en mis oídos mientras observo
como se erigen numerosas representaciones “tradicionales” de santos católicos levemente
modificados. Protagonista de la escena, Santa Marta la Dominadora:
Ahora bien, nada me
había preparado para esto. Literalmente junto a Galileo y Darwin, pero con una
estatua más grande e imponente que estos dos, un personaje amado pero
ciertamente ajeno a una Academia de Ciencias se yergue imponente sobre nuestras
cabezas. Abajo una placa que lo destaca como luchador antitrujillista y vincula
su figura a Francisco Alberto Caamaño, como si este fuera la reencarnación del
santo de la estatua: Liborio Mateo Ledesma.
Ciertamente quedé fascinado por lo que allí pude
ver, pues además de minerales y estatuas tenían revistas propias de botánica, filología filosofía, pero admito que me decepcionó la
falta de informaciones valiosas de parte de los guías presentes allí esa noche.
No obstante, ni lento ni perezoso continúe mi recorrido por la antigua ciudad, conduciéndome
mis pasos a nuestra bienamada Catedral Primada de América, joya del nuevo
mundo, tres veces visitada por el Papa. Una la luz amarilla que acariciaba sus
murallas invitaba a caminarla con sigilo, chasqueando solamente las hojas secas
en el suelo y el flash de mi improvisada cámara celular.
Lamentablemente, había
una boda en progreso y un policía me ordenó de buena manera salir de sus
rededores. No obstante la expulsión, la salida fue tan hermosa que valió la
pena aquel leve vejamen.
Continúe mi noche
en el museo dando pasos por la Calle Padre Billini, aquel humanista fundador
del primer manicomio de la isla. Allí experimenté en suela propia el material
con el cual el Banco Mundial planea adoquinar las calles de la Zona. Se veía
bien, ya veremos después su mantenimiento:
Sigo la calle hasta
el fondo, buscando Casa de Teatro, pero me prefiero detener un poco después en
la Fundación Silvano Lora, sitio en apariencia aburrido, pero construido a
favor de un hombre excepcional, de aquellas personas que hacen que el mundo
valga la pena: Silvano Lora, pionero del arte reciclado, muralista del
constitucionalismo y eterno impugnador del estatus quo. Muchos desconocen que
en el aniversario de los 500 años del “Descubrimiento” el artista interrumpió
la ceremonia oficial en una canoa, vestido de taino y lanzando flechas a las
autoridades, pero más importante aún es conocer como organizó y celebró en tres
ocasiones la “Bienal Marginal”, evento artístico que buscaba dar al traste con
los parámetros museísticos de apreciación estética y dar espacio a las
expresiones creadoras de aquellos que sin formación previa ni medios económicos
habían encontrado la forma de hacer arte entre las precariedades.
![]() |
Alma mutante. Ubicada en la Fundación Silvano Lora |
Quedé impresionado
y ansioso de aprender más de este inusual personaje, pero siendo ya las 8:00 PM
me preguntaba si en el teatro Guloya no tendrían alguna obra de mi interés.
Descendí hasta la calle Arzobispo Portes e inquirí por las obras en escena.
Desafortunadamente, la obra este fin de semana era de incidencia navideña y enfoque
familiar, por lo que se escenificó a las 5:30, pero al momento era libre de
gratuitamente apreciar la exposición de belenes amablemente prestados por la
Asociación de Beleneros de la República Dominicana. Este arte ciertamente
evocativo me mereció una mención:
Como no había obra,
di unos pasos más adelante hasta el Centro Cultural de España, donde luego de
aprender de la labor en el tratamiento de agua y desarrollo institucional y
educativo auspiciada por ese centro, fui invitado a presenciar gratuitamente tres
exposiciones magistrales: 1) La
primera, una exposición con aspectos visuales e inscripciones en braille, que
buscaba hacer entender al espectador la preeminencia de la vista sobre todos
los demás sentidos y crear conciencia que ni siquiera en el arte generalmente
se hace un esfuerzo en intentamos ser inclusivos; 2) La segunda, “Omniciesta”, de Julianny Ariza, exponía brillantemente
el sublime desenganche del sueño y 3) la
tercera era un proyecto en el cual a personas de la tercera edad, sin
experiencia fotográfica previa, se les enseñó el arte de la cámara y del
autorretrato, produciendo ellos mismos resultados muy interesantes:
![]() |
Omniciesta de
Julianny Ariza
|
Continuando mí
viaje por la Zona ya empiezo a sentir el palpitar del hambre. Guiado por las
luces en la plaza de España, pensaba encontrar algún vendutero que saciara mis
anhelos, pero en el camino decido detenerme antes en “El Taquito”, una modesta cafetería
con exquisitos Baconcheeseburgers y jugos naturales.
Dos carnes y un
jugo de piña después, descendí las escalinatas de la vieja plaza de Nicolás de
Ovando donde ¡vaya sorpresa!, me esperaba un concierto de merengue típico
auspiciado por el Ministerio de Cultura y encabezado por Johnny Ventura, con la
participación estelar de Maridalia Hernández. Los temas: solamente clásicos
entre clásicos del más puro perico ripiao.
Satisfecho y lejos
de agotarme, cuando ya la medianoche se cernía sobre el ambiente decidí tomarme
un tiempo para explorar el Museo de las Casas Reales, el cual, con sus amplios
salones y lúgubre estilo, siempre estimula las áreas más románticas de mi
imaginación:
Ya después, paseando
suavemente por las seculares avenidas de antaño, me dispuse llegar hasta el
teatro guloya, sitio que consideraba lo suficientemente cerca y a la vez lo
suficientemente lejos de la maraña de carros que inundan la Zona los sábados
como para poder pedir desde allí un taxi con tranquilidad. De paso me detuve en
el Museo Trampolín, hermosa iniciativa de museo infantil, pionera en nuestro país
del aprendizaje mediante juegos y una vez fuera, mientras terminaba la calle
Las Damas, tuve dos agradables sorpresas: Primero, pude ver como se nivelaba un
vaciado de las nuevas calles de la Zona, trabajo tan bien hecho que se hizo de
noche para que los camiones no interrumpieran el paso propio del comercio
cotidiano.
Y por último, una
caminata por el museo de lo personal: Cuatro niños que jugaban basquetbol en un
improvisado arito, colgado en la ventana de una casa, en medio de una calle
polvorienta. Cuando les pasé al lado, mi corazón infantil no pudo dejar de
pedirles un tiro y mientras la bola despegaba de mis manos en una parábola
perfecta, pude envisionar como el hule caliente acariciaba la malla en un tiro
sin arrugas… Lamentablemente un niño malcriado, encaramado en la ventana, le
dio un tapón a la pelota antes de que entrara. No importa, de todas formas, iba
para dentro.